Siervo de Dios                                           ENRIQUE BOIX LLISO

Me pidieron que escribiera sobre los mártires de la Persecución Religiosa sufrida por la Iglesia valenciana en 1936-1939. La idea me gusta. Hay que conocer a nuestros mártires, su vida, su misión y testimonio deben ser un estímulo para crecer en nuestra vida cristiana. A ello me dedico cada semana en nuestro semanario Paraula, Iglesia en Valencia.

Tenemos un grupo de 91 siervos de Dios, que van en el primer bloque que se está trabajando para, terminada la fase diocesana, se entregue en la Congregación para las Causas de los Santos en Roma.

En este bloque tenemos 66 sacerdotes, 8 religiosos y religiosas, y 17 laicos y laicas. Pues, poco a poco iré tratando a cada uno de ellos. Buscaré información e incluso iré a sus pueblos y parroquias para saber de su fama de santidad y su martirio. Creo que todo esto nos hará un gran bien a todos.

Quise iniciar este trabajo con mi querido paisano D. Enrique Boix Lliso. Tengo su biografía publicada en un libro que al salir a la luz lo mandé a todos los obispos de España y, creo que va por la tercera edición. Y aunque en este semanario publiqué varios capítulos sobre el siervo de Dios, mártir, creo que debo dedicarle este primer capítulo.

  1. Enrique nació en Llombai el 20 de julio de 1902. Hizo sus estudios en el colegio Vocaciones y en el seminario conciliar de Valencia, celebrando su Primera Misa en Llombai el día 15 de julio de 1925.

Su primer nombramiento fue vicario de Jijona. Al año siguiente fue trasladado a Simat de Valldigna, donde estuvo dos años, pasando luego a cura ecónomo de Jeresa, cargo que regentó durante cuatro años. En el concurso de curatos obtuvo el de Senija, ejerciéndolo por tres años. Entonces fue nombrado capellán de las Hermanitas de Ancianos Desamparados de Alzira y, más tarde, pasó a ser capellán de las Madres Franciscanas, de la misma ciudad.

Fue un sacerdote muy trabajador y sin descartar a los adultos, trabajó mucho con los jóvenes de todas y cada una de sus parroquias, pero sobre todo en Alzira. ¡Cuánto trabajó! Los jóvenes le querían mucho y logró, con la ayuda de Dios, con palabra y testimonio llevar por buen camino a la juventud, no sólo de Alzira, sino de la Ribera por el camino del Evangelio.

Ya en tiempos de la República, le vigilaban continuamente los enemigos de la Iglesia, que eran crueles, ignorantes y muy mal intencionados. Decían: “Este cura es muy peligroso, hay que acabar con él cuanto antes”.

Pasados los primeros meses de la persecución en 1936, fue detenido en Algemesí y entregado al Comité de Llombai la tarde del 23 de enero de 1937. Por la noche ya estaba en su pueblo. ¡Precisamente en su pueblo iba a sufrir el martirio!

El martirio ocurrido en el Claustro de la parroquia lo conoce la gente mayor de Llombai que lo ha contado siempre y de la misma manera. En mi libro «Curas de cuerpo entero» hago memoria de este martirio al escribir una breve biografía de D. Enrique, ya entonces me contaron barbaridades; pero lo más serio es lo que cuento en la biografía publicada gracias a varios testigos con quienes pude hablar y me contaron y por los estudios realizados mediante documentos y la Causa General. Estos testigos tienen nombre y apellidos.

El Comité Revolucionario de Llombai organizó dentro de los claustros el dantesco espectáculo. Más de treinta miembros del Comité, hombres y mujeres y algunos jóvenes querían disfrutar de lo que habían programado los cabecillas del Comité.

Día 23 de enero 1937

Llega la hora y traen al joven sacerdote D. Enrique, hombre de hermoso rostro, atractivo, educado y tímido de carácter, llevaba camisa blanca y pantalones. Las atrevidas mujeres del Comité lo ataron a un limonero plantado en el patio del claustro, lo desnudaron, y una de ellas desnudándose totalmente y haciéndole gestos obscenos, le tocaba los genitales intentando provocarle varias veces con gestos y palabras. El sacerdote solo contestaba: «Esteu locos, hau perdut el coneiximent, hau perdut el trellat, ¿qué vos pasa?» (Estáis locos, habéis perdido el conocimiento, habéis perdido el sentido, ¿qué os pasa?)

Seguían toda clase de bromas de muy mal gusto, D. Enrique con la fuerza del Señor pasó desnudo y atado al limonero toda la noche y el día siguiente, el 24 de enero por la mañana siguió la pasión del mártir; el Comité envalentonado preparó una corrida de toros, soltaron al mártir del limonero y lo obligaron moverse y correr por el claustro, primero las banderillas: eran agujas de coser sacos y algunas mujeres trajeron agujas de tejer jerséis de lana. Una vez banderilleado y sangrando, durante bastante tiempo, viendo la valentía del sacerdote, pasaron a la hora de la verdad, con un gran cuchillo de carnicero para matar los cerdos fue utilizado como estoque hasta conseguir su muerte. Los allí presentes recuerdan sus oraciones a la Virgen del Rosario, su rezo a Jesucristo: «Senyor donam forses i perdona a estos que no saben lo que fan» (Señor, dame fuerzas y perdona a estos que no saben lo que hacen).

¡Cuanto sufrió soportando los insultos, las patadas, las burlas!. Sangrando a causa de las agujas todavía tenía ánimos para rezar y mirarles con ternura, nunca con odio, según los testigos. En este martirio cruel, inhumano y vergonzoso, el sacerdote mostró la fortaleza, don del Espíritu Santo. Manifestó su amor a Cristo, su valentía y coraje. Sus verdugos disfrutaron haciéndole sufrir clavándole esas terribles agujas y el cruel final con el cuchillo de matar los cerdos.

¿Cómo es posible tanta maldad y tanto odio hacia un joven sacerdote que pasó haciendo el bien y predicando el Evangelio? ¿El corazón humano es capaz de hacer todas estas atrocidades? Tiemblo al imaginarme la escena

Y hacen un pacto de silencio – todos – El siervo de Dios Enrique muere sufriendo, rezando y perdonando. Era el 24 de enero de 1937 y tenía 36 años de edad.

Según los testigos el martirio del siervo de Dios Enrique Boix Lliso no termina con su muerte. El cuerpo del sacerdote fue enterrado deprisa en una parte del claustro, convertido en vaquería, las vacas al sentir el olor del cadáver, se inquietaron y mugían mucho, por lo que tuvieron que exhumar el cadáver y enterrarlo escondido en una gran pila de leña, una carbonera, en otra zona de los claustros.

Ese carbón era vendido por el Cómité en la Plaza Mayor, la madre del sacerdote Enrique, Dª Vicenta Lliso Peris acudía a comprar carbón a la mencionada plaza, este carbón según «vox populi», ardía mejor, puesto que estaba enriquecido con la grasa del mártir.

Y cuando la pobre madre conoció el «secret de aquell carbó» (el secreto de aquel carbón), enloqueció gravemente y perdió la razón». Lo cuenta su hija Carmen en una declaración ante el Fiscal de Carlet.

Hasta aquí el testimonio de todos los testigos que he podido recopilar. Y todos coinciden en este relato que acabamos de leer.

¡Increíble, horroroso, inhumano! ¿Cómo puede haber hombres y mujeres tan crueles, tan endemoniados?, ¿Tanto odio hacia Cristo, hacia los sacerdotes?, ¿qué hemos hecho mal para que actúen de esa manera? Me avergüenzo de aquella gente de mi pueblo que fue capaz de tal crimen.

¡Cobardes! Hacen un pacto de silencio para no ser castigados. ¡Cuántos hubieran ido a la cárcel y hubieran sido condenados! Lo arreglaron bien: partida de defunción en Alzira, donde vivía D. Enrique y no en Llombai donde le asesinaron. Quitan el cuerpo del delito. Pero la verdad no se puede esconder,  pronto o tarde sale a la luz. Hubo mucha gente implicada en este crimen y al final la conciencia explota. ¡Y explotó! Como hemos visto.

La gente de Llombai cuando se enteró de lo que le habían hecho a D. Enrique en el claustro no daba crédito, le parecía tan cruel, tan inhumano y tan vergonzoso, ¿porqué?, ¿qué daño había hecho D. Enrique para que se ensañaran con tanta crueldad con él? Nadie se lo explicaba, pero era verdad. Hicieron todo esto con el sacerdote llombaíno.

El demonio entró a pie plano en esa gente.  Es él quien inspira el mal,  tanto odio y tanta crueldad.

Y aquella gente olvida algo importante que los cristianos tenemos muy claro: ni la espada, ni el odio, ni la desnudez, ni el sufrimiento, ni la muerte martirial, puede apartarnos del amor de Dios. Nada nos aparta de Jesucristo. Nada ni nadie pudo arrancar del corazón  del Siervo de Dios la pureza, el candor, la gracia que Enrique llevaba impresa en su alma, pues el cristiano, el sacerdote, todo lo puede con Aquel que le conforta. (Rom 8, 34-39)

Tengo las palabras que muy cerca del día del martirio dijo a su hermano Antonio, que muchos hemos conocido en Llombai: «Antonio, hay que ofrecerlo todo por Cristo, o lo que es igual, morir en la Cruz por Cristo, como Cristo».

Y así ha estado silenciado durante 80 años el martirio del siervo de Dios. Todos lo sabían pero callaban, por miedo o por vergüenza. Hace años que lo voy pensando y al final me he decidido, escribir la biografía de D. Enrique Boix y contar su testimonio y martirio; los que lo hicieron han muerto todos, no queda nadie. Y el martirio del siervo de Dios no puede hacer daño a nadie, debe brillar la verdad, el testimonio de este sacerdote mártir no se debe olvidar. El murió sufriendo, rezando y perdonando.

En el claustro de la Parroquia de la santa Cruz de Llombai debería ponerse un memorial de este glorioso martirio; habría que estudiar la forma y no tardar en colocarlo. Aquel lugar desde el martirio del siervo de Dios, entre otros motivos, es lugar sagrado.

Querido Enrique:

Ante este mismo claustro donde derramaste tu sangre preciosa a los ojos de Dios, inclino la cabeza y me arrodillo llorando por la crueldad de tus verdugos, por la frialdad de aquellos corazones. Pero me conforta ver tu entereza, valentía y talla sacerdotal: morías rezando, sufriendo y perdonando; y alabando a Dios, como los Santos Mártires.

Soy sacerdote, nacido en el mismo pueblo, en la misma parroquia nos bautizaron y en ella celebramos los dos nuestra Primera Misa.

Gracias por tu vida sacerdotal, por tu ministerio ejercido con tanta ilusión, sobre todo en la pastoral de los jóvenes; gracias por tu apostolado en las distintas parroquias donde ejerciste el ministerio. ¡Qué bien lo hiciste!, ¡cuánto fervor ponías en la celebración de la Eucaristía!. Tu oración era viva, profunda, eficaz. Sabías que orar es estar a solas con Aquel que sé que me ama, como dice santa Teresa de Jesús, esa gran mujer y santa. Rezabas por todos, todos tus feligreses estaban presentes en tu plegaria. Gracias por el bien que hiciste.

Gracias, Enrique por tu martirio. No sé si yo lo hubiera soportado. Pienso en lo que te hicieron y no acabo de entender tanta crueldad y tanto odio hacia lo que tú representabas. Te hicieron sufrir mucho, lo indecible. Jesucristo te dio fortaleza, la Virgen del Rosario, a quien tú rezabas en esos momentos te sostenía con sus dos brazos y te amparaba bajo su manto cariñoso.

Enrique, si hubiera estado allí, hubiera recogido tu sangre, te hubiera arropado y te hubiera llevado a un sepulcro con respeto y veneración. No hubiera permitido que muerto, te quemaran y te hicieran desaparecer. Hasta ahí llegaba la suciedad de aquella gente.

No pude hacerlo, todavía no había nacido. Por eso ahora 80 años después de tu martirio, quiero mostrar al Pueblo de Dios y a todos los hombres tu testimonio supremo. Es mi homenaje lleno de cariño, admiración y gratitud.

Querido sacerdote, ¡bendito y recordado sea siempre tu Nombre! Intercede por nosotros. Amén.

https://youtu.be/OEEV-gl8yOI

                                                              MIGUEL PAYÁ ALONSO

El siervo de Dios Miguel Payá Alonso de Medina nació en Onil (Alicante) el 8 de noviembre de 1859. Hijo de una familia cristiana compuesta por D. José Ramón Payá Rico, abogado y Dª Teresa Alonso Pastor, tuvieron otros dos hijos: María Pilar y José María.  Miguel fue bautizado el mismo día de su nacimiento.

   El Señor sembró en su corazón la vocación hacia el sacerdocio. La llamada de Dios siempre está a punto y llama a quien quiere y como quiere, tenga la edad que tenga. Al niño Miguel lo llamó y éste respondió como el niño Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

   Se plantea decirlo a sus padres; al comunicárselo éstos lo aceptaron con gusto e incluso con admiración hacia su hijo. No pusieron resistencia alguna y así las cosas, Miguel marchó al seminario conciliar de Valencia. Allí curso los estudios de bachillerato y los de filosofía y teología.

   Cuánto bien hace el seminario a los alumnos. Allí lo tiene todo delante, la capilla y las aulas; lo que hace falta es rezar por una parte y estudiar por otra. Los superiores se encargan de encaminar a Miguel, hablar con él para que fortalezca la vocación y llegue a ser sacerdote firme en la fe y activo en el apostolado mediante el ejercicio de su ministerio sacerdotal.

   Fue ordenado sacerdote en 1883.  Sobrino del cardenal Miguel Payá y Rico, arzobispo de Santiago de Compostela, le ordena en la Catedral compostelana y se queda allí con su tío. El cardenal lo nombra canónigo de la Catedral Metropolitana y  Secretario de Cámara.

   ¿Quién era en cardenal Payá?

   Nació en Benejama el 20 de diciembre de 1811 y murió en Toledo el 25 de diciembre de 1891. Fue obispo de Cuenca, cardenal arzobispo de Santiago de Compostela y cardenal primado de Toledo donde murió. Fue una figura muy relevante en la historia contemporánea.

   Es significativo su paso por Santiago, en su pontificado se redescubrieron las reliquias del Apóstol Santiago. En este contexto se hará la cripta de la Catedral que guarda la urna con los restos que se reconocen como propios de Santiago el Mayor, lo que se confirma en un documento pontificio firmado por el papa León XIII en 1884 la bula Deus Omnipotens. Es, por entonces, cuando se revitaliza el culto jacobeo y con él el Camino de Santiago.

   Volvamos al sacerdote Payá. Resaltan en Miguel sus virtudes morales y su inteligencia al igual que su bondad, a pesar de su juventud y su condición de valenciano y no compostelano fue aceptado por el clero y además admirado.

   El arzobispo fue trasladado a Toledo como Primado y Miguel nombrado Vicario Capitular, y, en calidad de tal, representando a la Archidiócesis Compostelana, asistió en la Corte de España al bautismo del rey Alfonso XIII.

   En 1886 pasó a Toledo junto a su tío, como capellán de Reyes y Arcipreste de la Catedral Primada, y también allí fue nombrado Vicario Capitular, en cuyo cargo, como en Santiago, dio muestras de sus admirables condiciones en el cumplimiento de su deber. Fue un sacerdote bondadoso y humilde, trabajador incansable. En Toledo ejerció el ministerio durante veinte años ganándose el prestigio y la admiración del clero toledano.

   En 1914 el arzobispo Menéndez Conde, a quien había conocido como auxiliar en Toledo, ahora arzobispo de Valencia, le llama y le nombra enseguida Vicario General, cargo que ejerció durante veintidós años de forma ininterrumpida y durante cuatro pontificados: Menéndez Conde (1915-1916), Salvador y Barrera (1917-1919), Reig y Casanova (1920-1923) y Melo y Alcalde (1923-1936). Además fue designado Vicario Capitular en dos interregnos y, desde 1925 a 1936, ocupó también el cargo de Deán de la Catedral valentina.

   ¿Quién era el nuevo arzobispo de Valencia Valeriano Menéndez Conde y Álvarez.

   Viene a Valencia sucediendo al cardenal Victoriano Guisasola. El papa San Pío X le había nombrado el 28 de mayo de 1914 obispo de Tuy.

   Había nacido en San Martín de Luiña (Asturias) el 24 de noviembre de 1848. Los estudios de filosofía y teología los cursó en el Seminario de Oviedo, excepto el último curso que estudió en Santiago de Compostela. Ordenado sacerdote en Oviedo en 1873, por el obispo de la Diócesis, el valenciano Benito Sanz y Forés, desempeñó varios cargos parroquiales, hasta que en 1884 por oposición ganó la canonjía magistral de Santiago de Compostela.

     Al pasar de esta Diócesis al Arzobispado de Toledo el cardenal Miguel Payá y Rico, en 1887 propuso para obispo auxiliar suyo a Valeriano Menéndez, siendo preconizado por el papa León XIII el 25 de noviembre del mismo año. Recibió la consagración episcopal en la Catedral primada el 16 de abril del año siguiente.

A la muerte del cardenal Payá, el 24 de diciembre de 1891, fue nombrado pro-vicario general castrense y tres años después, el 18 de mayo de 1894, preconizado obispo de Tuy. Nombrado arzobispo de Valencia, en la víspera de la fiesta de la Inmaculada hizo su entrada.

   En marzo de 1915 publicó la primera carta pastoral con que se dirigía al clero y fieles de la Archidiócesis. En los casi quince meses que dirigió la Diócesis se distinguió por su sencillez y afabilidad, ganándose el aprecio de todos los que le trataban.

   Los planes que él mismo había trazado para el mejor régimen de la Diócesis quedaron truncados con su muerte inesperada el 8 de marzo de 1916, a los 68 años de edad. Fue enterrado en la capilla del Santo Cáliz de la Iglesia Catedral.

   El siervo de Dios Miguel Payá desempeñó todos  sus servicios con humildad y modestia, haciéndose querer de todos por su carácter bondadoso y pacífico. Nos dicen que llegó a ser como un patriarca del clero valenciano. Y su muerte fue digna de su trayectoria de entrega y servicio a la Iglesia

   Siempre desempeñó sus cargos con caridad y sencillez de esa manera sus trabajos siempre daban un gran fruto espiritual y eclesial en favor del buen funcionamiento de la diócesis valentina. Nunca tuvo contrarios en los lugares donde había vivido.

     Al estallar la persecución religiosa en 1936, residía en la plaza san Luís Bertrán. Pronto fue molestado por los enemigos de la Iglesia y se trasladó a la plaza Conde de Carlet, a casa de unos familiares. Allí creyó que estaba seguro. Pero en aquellas circunstancias un sacerdote no estaba seguro en ningún sitio.

   Una noche, por descuido, sus familiares dejaron en el piso una luz encendida. Los revolucionarios socialistas, interpretaron esto como una señal a la aviación nacional y se introdujeron en la casa deteniendo violentamente a todos sus habitantes. Al identificar al señor deán y vicario general decidieron “pasearle” cuanto antes.

   El siervo de Dios profesaba una gran devoción a la Santísima Virgen de los Desamparados y eso le daba fuerza y ánimo ante los atropellos que se le venían encima.

   Decidieron darle muerte en Paterna, aquel lugar se convirtió, como otros que iremos viendo en Lugar Martirial, pues fueron muchos los que sufrieron el martirio allí.

   Antes de morir D. Miguel rezó mucho al Señor para que le recibiera en su regazo y como todos los mártires murió rezando, perdonando y sufriendo. Encontraron su cadáver en una cuneta de la carretera de Paterna, el 8 de diciembre de 1936, solemnidad de la Purísima Concepción. Con él fueron martirizadas también las dos señoras muy ancianas que le asistían. Sus restos fueron trasladados al cementerio de Onil y allí fueron inhumados

   Tenía 76 años de edad.

                                                              JOSÉ CHOVER MADRANAY

Tengo un cariño especial al siervo de Dios José Chover Madranay; fui durante 10 años párroco de  l’Alcudia. D. José nació allí. Llegué a conocer a tres de sus hermanos y a muchos sobrinos y sobrinos nietos. Amplié una fotografía y la puse en la sacristía para que las nuevas generaciones conocieran a los mártires de la Parroquia, son tres.

El siervo de Dios José Chover nació en l´Alcúdia el 15 de agosto de 1898 y fue martirizado en Albalat dels Sorells es lo que dicen las crónicas, pero en realidad el martirio fue en el Saler. Sus familiares siempre han dicho que sufrió el martirio en el Saler. Incluso ahora lo he preguntado y todos coinciden que fue en el Saler, lugar del martirio,  el 13 de octubre de 1936.

D. José nació en el seno de una familia eminentemente católica, muy cristiana, sus padres José y Andrea, se preocuparon en educar a sus hijos en el amor a Dios y al prójimo y en los valores cristianos. De este matrimonio nacieron cinco hijos: José, Luís, Plácido, Enrique y Teresa. Esta última con más de cien años todavía vive y siempre comprometida en la parroquia. ¡Gran mujer, la tía Teresa! Cuánto habla de su hermano José siempre dice: “El meu Pepe”   Uno de los hijos de Plácido, D. José Chover  García fue sacerdote, murió de cáncer en 1994, siendo párroco de Serra. Llevaba su mismo nombre, quizás le pusieron José por el tío sacerdote.                   

El siervo de Dios fue Bautizado en la parroquia de san Andrés apóstol, donde creció en la fe y en las virtudes cristianas teniendo como base la educación de sus padres y la catequesis parroquial. Allí recibió la Primera Comunión y la Confirmación.

Valiente y decidido comunicó a sus padres que quería ser sacerdote. Nadie se opuso a que Pepe, era el mayor de los hermanos, hecho un hombrecito, tomara en serio esa decisión que le iba a cambiar totalmente la vida contando con las sorpresas de Dios. ¡Qué las tendrá!

Sus padres le hablaron detenidamente sobre lo que significaba ser sacerdote. Los sacrificios que iban a surgir de tal decisión y luego el ministerio. Ser cura de cuerpo entero no era fácil, hoy tampoco lo es; se tenía que despojar de muchas comodidades, e incluso marchar fuera de la familia y del pueblo a estudiar. A todo respondió que quería afrontarlo con la ayuda de Dios y de la Mare de Dèu de l´Oreto, a quien profesaba una gran devoción como buen alcudiano.

Así las cosas ingresó en el colegio vocacional y luego pasó al seminario conciliar de Valencia. Fue un joven valiente y decidido.

El seminarista en el seminario se va haciendo, crece en la vocación que debe ser apoyada por la oración, el contacto con el Señor, el estudio y también el trato con los compañeros y superiores del seminario. Pepe era muy feliz en el seminario y con ganas de aprender mucho para después ser un buen cura y poder predicar el Evangelio y hacer el bien a manos llenas.

Los años pasaron muy aprisa y en 1923 fue ordenado sacerdote por el arzobispo D. Enrique Reig, que en ese mismo año sería creado cardenal y preconizado cardenal arzobispo primado de Toledo.

En este mismo año de la ordenación del siervo de Dios fue coronada en mayo la Virgen de los Desamparados, seguro que siendo diácono viviría la solemnidad mariana junto con todo el seminario y el conjunto de los valencianos. Grandes acontecimientos para un joven diacono. ¡Le esperan muchas más cosas!

¿Qué pensaría en la noche anterior a su ordenación sacerdotal? Intento meterme en su corazón y dejar explayarse el alma: Señor, sin méritos propios me has elegido, me has bendecido más de lo que yo merezco y mañana el arzobispo me llamará por mi nombre para imponerme las manos y ordenarme sacerdote.    ¡Qué regalo me haces, Señor! Quiero ser fiel a tu amor. Ayúdame con tu gracia. Y que tu Madre, la Virgen, a quien tanto quiero, me cuide y ampare siempre.

Y llegó el día de la ordenación en la Catedral. El Señor entró de lleno en el corazón de D. José Chover. Y luego la Primera Misa en l´Alcúdia bajo la mirada dulce de la Mare de Déu de l´Oreto.

Su primer nombramiento fue vicario parroquial de Enguera y a la vez atender algunos pueblos de su comarca, sobre todo Beneli donde iba con burra cada vez a celebrar la santa Misa y atender las necesidades de la parroquia.

Su salud no era demasiado buena, de tal manera que casi siempre iba algún hermano a estar con él y cuidarle. Me cuenta su sobrina María Teresa que en una ocasión entraron a robar a la parroquia de Enguera y se llevaron el cáliz con el que había celebrado su Primera misa en l´Alcúdia. Aquel hecho disgustó muchísimo al sacerdote, tanto que le afectó incluso en su débil salud. Así las cosas lo trasladaron a Carlet y finalmente a su pueblo como vicario parroquial.

En l´Alcúdia trabajo muchísimo con la juventud, él era muy joven y conectó inmediatamente con los jóvenes alcudianos. Eso lo hizo ya en Enguera. Potenció la Congregación de los Luíses, haciendo un gran bien a los jóvenes que acudían ante el Santísimo a rezar y llenarse de la gracia del Señor sacramentado.

El siervo de Dios siempre desde muy joven manifestó su amor y su devoción a la Mare de Déu de l´Oreto, no digamos ya siendo sacerdote y estando en la parroquia de san Andrés. Fomentó todo lo que pudo la devoción a la Virgen. Todos sabemos que el ejemplo del sacerdote influye mucho en los fieles. Con mis años de sacerdote, estoy convencido que la oración del cura estimula a los fieles. Si lo ven rezar ante el Sagrario, ante la imagen de la Virgen, los fieles se animan a seguir sus pasos. Pues eso hizo el siervo de Dios, los fieles al verlo rezar, rezaban. Siempre tenía tiempo para cultivar la vida espiritual y para ayudar a los jóvenes, sin descartar a los adultos de l´Alcúdia.

Dirigía  la Academia Centro de Estudios Técnicos, que había fundado en Valencia: academia dedicada a la clase media, y con preferencia a la modesta. Me sorprende la inventiva de este joven sacerdote que para llegar a más gente funda esta Academia.  Trabajador incansable, a pesar de su débil salud. D. José pudo con todo porque  tenía dentro la fuerza del Espíritu Santo y su propia ilusión, fuerza de voluntad y capacidad de trabajo. No se amedrantó ante el ambiente reinante en los meses anteriores; ya en 1936, donde la persecución religiosa iba ganando terreno. Los enemigos de la Iglesia, socialistas y comunistas, cuando veían a un cura “peligroso” para ellos, lo vigilaban e intentaban prepararse para, en el momento oportuno, ir a por él. D. José Chover era buen candidato para ellos.

D. José Chover gozaba de un gran grupo de jóvenes trabajadores que participaban de sus clases en la Academia. Cuando el Gobierno Civil de Valencia lo detiene, ese grupo de jóvenes se planta en la sede del Gobierno Civil defendiendo con tesón y valentía a su cura profesor y no pararon hasta  lograr su libertad.

Pero la cosa iba ya de mal en peor. Tuvo que esconderse en casa de su hermano Plácido, que era médico. Allí podía estar seguro.  Pero fue denunciado por una mujer de la finca o del barrio: “aquí tengo a un cura”; y allí fueron los milicianos armados hasta los dientes, aprovechando que el Dr. Plácido había ido a trabajar al hospital.

Era el 12 de octubre. Se lo llevaron atado y por la calle le golpeaban, maltrataban y llenaban su cuerpo de heridas por los golpes. A consecuencia de ese mal trato a D. José le dio una lipotimia teniéndole que auxiliar. Lo llevaron a la “Checa de la calle Aparisi y Guijarro, allí fue visto por su hermano Plácido en calidad de médico, pero sin poder comunicarse con él.

¿Qué eran las “Checas”? Eran cárceles no oficiales utilizadas por los republicanos, socialistas y comunistas durante la guerra civil para detener extraoficialmente a personas consideradas enemigas del pueblo, allí eran torturadas – ¡si las checas pudieran hablar cuánto sufrimiento nos mostrarían! – y posteriormente esos detenidos, sin juicio alguno, eran asesinados o bien allí mismo o eran sacados y llevados a lugares convertidos en patíbulos, para nosotros en Lugares Martiriales. En la zona de Xàtiva y la Costera eran llevados al Barranc dels Gosos. En Valencia muchos fueron asesinados en el “Picadero de Paterna” y, en este caso en el Saler.

Al día siguiente el siervo de Dios fue  sacado de ese lugar y llevado al Saler donde fue martirizado. No sabemos que hicieron con su cuerpo, lo más seguro que lo quemaran como era su costumbre en aquel mismo lugar del martirio. Lo que sí sabemos es que D. José Chover mientras era conducido al martirio sin ningún tipo de miedo, ofreció su vida al Señor por la salvación de España y el perdón de los pecados. Se cumple aquello del Evangelio: sin sangre no hay salvación. El sacerdote José Chover murió sufriendo, rezando y perdonando. Fue el 13 de octubre de 1936 y tenía 38 años de edad.

En su pueblo, ya que tuvo acceso al Archivo parroquial,  escribió “Reseña histórica de la iglesia parroquial de san Andrés de l´Alcúdia”, un trabajo precioso sobre la iglesia. Lo escribió en 1923, siendo diácono, tiene 82 páginas. Lo dedica a sus padres y abuelos por todo lo que ha recibido de ellos y también a su amada Alcúdia. En una larga introducción relata la grandiosidad de la historia de l´Alcúdia resaltando la raíces humanas nombrado a todos aquellos que han aportado granitos de arena formando el señorío del pueblo.

Lo más seguro que hoy las nuevas generaciones no conozcan este libro y sería interesante que llegara a todos, la verdadera “Memoria histórica”. También publico otros trabajos.

¿Por qué fue martirizado el siervo de Dios?

Con palabras de D. Vicente Cárcel Ortíz:

   No hay dato histórico de una persecución religiosa tan atroz en tan corto plazo; fue superior a la de la Revolución Francesa o a las del Imperio Romano. A diferencia de éstas, la persecución religiosa en España se concentra en pocos meses, empieza el 19 de julio con incendios y asesinatos, cuando nadie había dicho nada a favor ni en contra de nadie. Fue una reacción violenta promovida por socialistas y comunistas radicales, contra lo que fuera, Dios, Iglesia, sacerdotes, templos … No se contentan con asesinar personas sino con destruir cualquier signo religioso. En Valencia se ha publicado un libro que recoge más de mil iglesias asaltadas o destruidas sólo en la diócesis.

En España fueron martirizados doce obispos, cerca de seis mil sacerdotes y religiosos y entre tres mil y cuatro mil seglares de Acción Católica u otros movimientos apostólicos. Se calculan, en total, unos diez mil mártires”.

¿Qué hizo el siervo de Dios José Chover para merecer la muerte?

En primer lugar fue un asesinato, sin juicio alguno. Se mataba por el hecho de ser cura, católico o ir a misa los domingos. Eso es la pura verdad. No se hacía juicio alguno. Ellos decidían quien tenía que morir tuviera la edad que fuera.

   El único crimen fue ser sacerdote.

D. José fue un buen sacerdote. Se dedicó a hacer el bien. Enseñaba el Evangelio, daba catequesis a los niños – la doctrina se decía entonces – para prepararles a la Primera comunión. Predicaba la Palabra de Dios, celebraba los sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía. Además instruía a los jóvenes para que fueran coherentes con su fe, de ahí que fundara la Academia en Valencia; pero tanto en Enguera, Carlet y l´Alcúdia, vivió su sacerdocio a pleno pulmón dedicándose a desarrollar su sacerdocio con los fieles de todas las edades. Entonces, sin emplear la palabra evangelización, realizaban lo que se llamaba el apostolado, es decir, hacer presente a Jesucristo a todos los niveles: catequesis, caridad, visita a los enfermos y sobre todo formar muy bien a los jóvenes que siempre son el futuro de la sociedad.

Estudiando los procesos de martirio, es curioso que aquellos sacerdotes que influían en la opinión pública, es decir, que trabajaban entre la gente, eran muy vigilados por los republicanos y comunistas de la época. Había que cortar por lo sano esas actividades apostólicas. Digamos que esos curas eran peligrosos para toda esta gente. A D. José lo tenían fichado porque su apostolado entraba en el corazón de los jóvenes y eso era considerado muy peligroso para la causa comunista. Y fueron a por él. No tenía escapatoria. Esa clase de curas había que eliminarlos. De hecho el 13 de octubre es martirizado en plena juventud. Estas muertes dan pena, rabia, desconcierto ¿Por qué? No se explican sino por unos corazones llenos de odio y maldad hacia personas que hacían el bien, pero eran curas.

En el martirio es donde se ve el testimonio sacerdotal. D. José fue un buen cura en su trabajo pastoral en las distintas parroquias donde ejerció su ministerio y todo ese trabajo evangelizador lo regó derramando su sangre preciosa. Ese fue su crimen para merecer la muerte.

El testimonio del siervo de Dios José Chover perdura en la Iglesia valenciana. Dio la cara por el Evangelio, la Iglesia y sobre todo por Cristo.

Tenía 38 años de edad.

Este sacerdote forma parte de la corona de gloria en el coro de los mártires que siguen a Cristo Jesús.

Siempre le recordamos, le admiramos y pedimos su intercesión.

Siervo de Dios   

            

JUAN Mª ABAD CARBONELL

El siervo de Dios Juan María nació en Alcoy el día 11 de abril de 1871 y fue bautizado el mismo día de su nacimiento en la parroquia de san Mauro y san Francisco. Hijo de Vicente Abad Jordá y de María de los Dolores Carbonell Santamaría.

Fue educado en el amor a Dios y a sus mandamientos en un ambiente de oración familiar y parroquial. Muy pronto mostró inquietud religiosa que le llevó a ingresar a los diez años en el seminario conciliar de Valencia.

Necesariamente sus padres hablarían con el niño, tenía diez años, era una edad temprana en la que no se tiene demasiado claro lo que se quiere. Sin embargo Juan María lo dijo bien claro a sus padres: “Quiero ser cura” y así las cosas, no se lo impidieron y marchó al seminario de Valencia.

Se nos dice que fue muy querido por los superiores y profesores que le trataron. “El niño iba creciendo en edad, en sabiduría y en gracia de Dios”. ¡Qué bien suena y seguro que fue así! Y pasaron los años de seminario. Siempre son buenos para crecer es los valores que necesita el sacerdote. El seminario a través de sus enseñanzas va forjando al candidato. Y así las cosas llegó el día tan esperado.

Recibió las órdenes sagradas con enorme ilusión, ejerciendo el diaconado, primero. Con ansia esperaba la fecha de la ordenación sacerdotal. Para ello se preparaba con la oración, actitud muy necesaria para el sacerdote. El cura ha de ser modelo de orante y esa oración debe transparentarse en la vida de cada día. Y así ocurrió a nuestro diácono.

En el año 1896 recibió la ordenación presbiteral en la catedral de Valencia de manos del arzobispo el beato Ciriaco Sancha, cardenal y ahora beatificado en Toledo.

El cardenal le ofreció su primer nombramiento: cura de la parroquia de san Valero de la ciudad. Juan María rehusó tal nombramiento, consideraba que era demasiado para él, habían tantos sacerdotes con mejores cualidades y disposiciones que él: “No quiero cargos distinguidos. Quiero ser un sacerdote santo”. Esas fueron sus palabras ante el beato Sancha.

Así las cosas se le nombró capellán de la parroquia de san Mauro y san Francisco de su ciudad natal, donde fue bautizado.

El siervo de Dios con la ilusión que le caracterizaba comenzó a trabajar, yo digo, abrir las alas con todo su celo pastoral por atraer a los fieles a la misericordia de Dios, al Evangelio y sobre todo a frecuentar la Eucaristía dominical.

Luego fue nombrado también capellán de las Religiosas Esclavas del Corazón de Jesús, al fundarse la Casa en Alcoy.

Fue el alma de esta fundación. Se dedicó en cuerpo y alma para que las Esclavas pudieran influir en la religiosidad de la gente. Trabajó mucho. Y algo muy importante D. Juan María propagó muchísimo la devoción a la Virgen de los Lirios, fomentando la visita diaria a la Virgen Santísima en la parroquia de san Mauro.

El siervo de Dios trabajó como sacerdote en todas las facetas que llevamos los curas: Catequesis de niños, formación de los jóvenes instruyéndolos en la doctrina católica y los Evangelios, al igual que ejerciendo la dirección espiritual que le ocupaba mucho tiempo y por supuesto el sacramento de la confesión. No escatimaba tiempo, se sentaba aunque no hubiera nadie esperándole. Una dedicación preciosa que hizo un gran bien a los fieles. También la visita a los enfermos a la que le dedicó también el tiempo necesario. D. Juan María fue un cura todo terreno diríamos hoy.

Estalló la guerra civil y con ella la persecución religiosa que tanto daño hizo a la Iglesia en toda España, en Valencia también hizo estragos. Muy pronto fueron a su casa los enemigos de la Religión. Llamó a la puerta un grupo de milicianos armados hasta los dientes, entraron en la casa y comenzaron a destruir imágenes sagradas y todo lo que les sonaba a Iglesia. Preguntaron por el cura y D. Juan María respondió con firmeza: “El cura soy yo”. Ahí está claramente su ofrecimiento total a la voluntad divina. Es un ofrecimiento valiente y decidido:

“El sacerdote soy yo”. Eso quiere decir: no tengo miedo ni me escondo, haced de mí lo que queráis; sabía que el martirio es la mejor escalera para subir al cielo. El martirio abre las puertas del cielo y no hay mejor testimonio que este. Fue un ofrecimiento propio de un santo que confía plenamente en la misericordia de Dios.

Lo llevaron al coche, el conductor sabiendo lo que iban hacer con el sacerdote, se negaba a poner en marcha el coche, le amenazaron también a él si no ponía en marcha el automóvil y lo hizo. Mientras le llevaban al lugar martirial, el siervo de Dios iba rezando, encomendando su alma al Señor, pues estaba muy cerca de sufrir el martirio. Llegaron al lugar llamado “Les Lometas”, cerca de la ciudad, donde le martirizaron.

El descender del coche, en aquel lugar, preguntó quién era el que le iba a disparar y sabiendo quien era, le abrazó y le bendijo y poniéndose de rodillas, con el Crucifijo en las manos, esperó  el momento confiando en Dios, a quien podría rezar: “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu”. Con esta actitud de santo, el siervo de Dios dejó este mundo para entrar en la Casa del Padre.

Podríamos cantarle al Señor ante el cuerpo sin vida del siervo de Dios Juan María: “Tus santos brotarán como los lirios y florecerán eternamente en tu presencia”.

Fue enterrado en una fosa común del cementerio de Alcoy

Tenía 65 años de edad.

Siervo de Dios 

              

LUIS Mª ALBERT FOMBUENA

El siervo de Dios Luís María nació en Llíria el 19 de agosto de 1868. Tuvo cuatro hermanos. Y sus padres fueron José y Micaela; fue bautizado en la iglesia parroquial de la Asunción de Llíria.

Quiso ser sacerdote  e ingresó en el colegio de san José para Vocaciones Eclesiásticas para luego pasar al seminario conciliar de Valencia. El 22 de diciembre de 1888 quiso ingresar en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos; a sus padres esa decisión no les gustó en absoluto pues eran muy pobres y ancianos, además era familia numerosa y necesitaban al hijo pero Luís María insistió hasta conseguirlo. Seguro que rezaría muchísimo, pues, sabía que la oración tiene un gran poder a los ojos de Dios. Y así fue.

Marchó a Orihuela y luego a Murcia donde prestó su valiosa ayuda y más tarde vino a Valencia.

Ingresó en la Hermandad en septiembre  de 1890 y fue ordenado sacerdote en 1892. ¡Cuánta fue su alegría! Daba gracias a Dios a boca llena, pues había llegado a la meta que desde pequeño se había propuesto. Recibió muy buena formación que pronto pondría en práctica ejerciendo su ministerio como Operario.

Su Primera Misa la celebró en Valencia el 4 de octubre de ese mismo año; permaneció en el colegio de Valencia hasta 1894, fecha en la que fue destinado al Colegio Español de san José en Roma, donde llegó con Mosén Sol el día 30 de octubre, para encargarse de la administración del Colegio y de la agencia de preces hasta 1909, en que fue nombrado rector.

El Colegio Español en Roma continúa abierto a sacerdotes españoles que acuden a allí a ampliar estudios, enviados por sus respectivos obispos. En aquella época se encontraba en el interior de la Ciudad Eterna, en la actualidad está ubicado fuera del tumulto del centro de la ciudad y es relativamente nuevo. Este Colegio hace un gran bien a las diócesis de España, formando a sus alumnos, ya sacerdotes; además realiza varias acciones que favorecen la formación sacerdotal a muchos diocesanos ya con varios años de rodaje sacerdotal. El Colegio está al servicio de la Iglesia Española.

Allí permaneció D. Luís María desde 1911 a 1914, unos tres años conviviendo con el beato mártir Juan Ventura Solsona, que era también valenciano.

Muy pronto fue nombrado rector del seminario de Barcelona donde permaneció dos años, suficientes para dejar buen recuerdo por su entrega y trabajo. Eso lo hizo en Roma también. Su bondad y su capacidad de trabajo lo manifestó siempre. De Barcelona pasa a Salamanca, allí cayó enfermo  en 1925 y tuvo que marchar a su pueblo natal para reponerse de la enfermedad. Una vez repuesto, en 1926 fue nombrado director del colegio de Valencia y el 17 de marzo de 1927 se ofreció para volver a Roma, pero no se le concedió este cargo de administrador ya que era superior a sus fuerzas. No acabó de recuperarse del todo, su salud quedó muy mermada y por eso pidió a la Santa Sede que le dispensara del voto definitivo de permanencia a la Hermandad de Operario y de esa manera vivir en Llíria.

Siempre estuvo vinculado a la Hermandad de Operarios, nunca se incardinó a la Diócesis valentina aun viviendo en Llíria.

Vino la República y con ella la persecución religiosa a partir del 18 de julio de 1936. Las iglesias y conventos ardían y eran consumidas por las llamas – martirio del arte lo llamo yo – pero también hubo muchos martirios de sacerdotes, religiosos y religiosas junto con seglares católicos, hombres y mujeres. El único crimen era ser sacerdotes o religiosos y ser de Acción Católica o simplemente  ir a Misa los domingos. Era un fuego devorador contra la Iglesia y sus ministros. La maldad y el odio acampaban a sus anchas. Los protagonistas, lo estamos viendo, era gente malvada, con mucho odio, ignorante y bestias que lo único que querían era “matar a los curas” y destruir los templos. Toda la España republicana era acosada y perseguida. ¡Cuánto daño hicieron! A la hora de destruir y quemar iglesias no miraban el valor del arte que echaban a la hoguera. Había que destruir lo que era iglesia. Y eso es lo que hacían. Había jóvenes y también mujeres que el odio les llevaba a realizar estas horribles acciones.

   También le alcanzó al siervo de Dios Luís María. Fueron a por él. Le consideraban peligroso, pues era sacerdote bueno y fiel. Se lo llevaron en la madrugara del 26 de agosto de 1936 y sin juicio previo, movidos por el odio a la Iglesia y a Jesucristo lo acribillaron a tiros en Paterna – lugar martirial – recibiendo la palma del martirio, que Dios concede a los que son fieles hasta la muerte. Murió rezando, sufriendo y perdonando a sus verdugos.

Tenía 68 años de edad.

Lo enterraron en el cementerio de Paterna.

Terminada la persecución religiosa, el 10 de diciembre de 1939, fue exhumado y reconocido por sus familiares y enterrado cristianamente en el cementerio de Llíria.

Sus datos los recoge D. José Zahonero, que después de la guerra se preocupó de ir pueblo tras pueblo donde hubo mártires a recoger los datos y testimonios. Gracias a D. José sabemos mucho de estos Testigos del Dios vivo que publicó en el libro titulado: “Sacerdotes Mártires”

La memoria de nuestros Mártires no debe perderse. Ellos son para nosotros en el siglo XXI puntos de referencia y a la vez intercesores. Su sangre derramada por Cristo es semilla de nuevos cristianos. Ojalá no vuelva a repetirse esta ola de maldad y de odio contra la Iglesia Católica regada por tanta sangre preciosa e inocente.

Mi idea al publicar estas breves biografías es dar a conocer a estos hombres de Dios que fueron capaces de dar la vida por Cristo y derramar su sangre preciosa por amor a la Iglesia.

Si hubiera estado allí, hubiera recogido su sangre y lo hubiera dado una sepultura digna. No fue así, yo no había nacido. por eso, digo siempre: es mi homenaje lleno de cariño y admiración como de agradecimiento a estos Mártires de Cristo.

Siervo de Dios

ANTONIO MARQUÉS BOIX 

El siervo de Dios nació en l´Alcúdia el 21 de abril de 1900.  Siendo bautizado al día siguiente en la parroquia de san Andrés Apóstol. Hijo de Antonio Marqués Madramany y de Josefa Boix Madramany.

En un ambiente eminentemente cristiano fue educado desde la más tierna edad en los mandamientos de Dios y en el amor al prójimo. La catequesis parroquial fue fundamental para prepararle a recibir a Jesús sacramentado en la Primera comunión en su parroquia, al igual que la confirmación con el grupo de sus amigos de la escuela.

Y surge la vocación al sacerdocio. El Señor llama a quien quiere y como quiere, tengamos en cuenta la vocación del niño Samuel. Y llegó a ser un gran profeta en Israel. De una manera parecida Dios llamó al jovencito Antonio.

La voz del Señor entra en el corazón y al aceptarla y darle respuesta positiva comienza el viaje alucinante que un ser humano pueda recorrer. Antonio quiere ser sacerdote y lo comunica a sus padres. Ante las dificultades de la edad y los proyectos familiares, Antonio acude a la capilla de la parroquia donde se venera la imagen de la patrona de l´Alcúdia, la Mare de Déu de Loreto. Él sabe la fuerza que tienen la Mare de Déu de Loreto. Se arrodilla ante la venerable imagen pidiéndole que le conceda poder entregarse a la Iglesia en la vida sacerdotal es un niño pero eso se cura con los años.

Sus padres, ante la insistencia del niño aceptan. La oración ante la Virgen  siempre produce frutos abundantes.

Antonio ingresa en el seminario conciliar de Valencia. Allí con la ayuda de sus superiores y profesores crece en las virtudes humanas, morales y cristianas. Se va formando. Él quiere ser un cura serio, trabajador, entregado, valiente y eso requiere mucha preparación. Por eso estudia mucho y está abierto a todo lo que el seminario le ofrece para su formación, para su bien. Ese es el camino del seminarista normal que se deja trabajar por dentro para llegar, en el momento oportuno, a las órdenes sagradas.

Es ordenado diácono, le queda poco para llegar a la meta deseada. Ejerce el diaconado y ya se le comunica la fecha de la ordenación sacerdotal, en 1923, fecha entrañable, ya que en mayo será coronada la Mare de Déu dels Desamparast por el cardenal Enrique Reig, arzobispo de Valencia y preconizado Cardenal Primado de España en Toledo. Y será el arzobispo Reig quien le ordene en la catedral de Valencia en el Año de la Coronación.

¿Qué pensará Antonio, es más qué rezará esos días ante la ordenación sacerdotal? Seguro que le dirá al Señor: ”Señor, tú has sido mi refugio desde que nací. No has parado de bendecirme cada día. Y ahora me das la mejor de tus bendiciones: ser sacerdote. Ya sabes lo que he rezado por llegar a esta meta tan deseada. Han pasado muchos años. Pero mi luz no se ha apagado. Día a día he deseado ser sacerdote y ha llegado el momento. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Con estas palabras u otras similares nuestro joven se acerca al altar para que el arzobispo le imponga las manos y le ordene sacerdote para siempre.

Su primer nombramiento fue ser capellán de las Franciscanas de Torrent, cargo que alternaba con el de sochandre de la iglesia parroquial de la Asunción de Nuestra Señor de la misma ciudad. El año siguiente hizo oposiciones a sochantre de la parroquia de san Nicolás de Valencia. Tomó posesión inmediatamente y ejercía su cargo con el de vicario.

¿Qué es sochantre?

El chantre dentro de la Iglesia es el nombre de una dignidad eclesiástica dada dentro de algunos cabildos o colegiatas. Es el cargo que asignaban al maestro cantor o del coro en los templos principales. Este cargo también existía en algunos monasterios, encargándose de organizar las procesiones de los clérigos y conservar los libros corales en ausencia de bibliotecas.

Esta dignidad eclesial está en desuso.

El siervo de Dios era trabajador y celoso en su ministerio. Se desvivía en la administración de los sacramentos y en el servicio al Altar. D. Antonio era un sacerdote inteligente, preparaba muy bien sus predicaciones que llenaban los corazones de los fieles que acudían a escucharle con agrado ya que llegaban sus palabras al corazón. Era humilde y abierto, educado y entregado a su ministerio. Visitaba a los enfermos llevándoles la comunión sacramental y también palabras de consuele, les dedicaba mucho tiempo, permaneciendo en la cabecera de los enfermos e impedidos el tiempo necesario para animarles y llenar su corazón de consuelo espiritual.

Con los jóvenes trabajaba  fomentando la lectura de la Palabra de Dios y la Doctrina cristiana, tan necesaria siempre, pero en aquellos momentos tan difíciles hacía mayor falta.

Era un sacerdote penitente. Dicen que para él todo el año era Cuaresma. Austero, humilde y mortificado. Atraía a los fieles por su bondad y entrega.

Vino la persecución religiosa y con ella los atropellos y el desorden por todas partes. D. Antonio huyó a Foios donde permaneció tan sólo un mes. Al ser descubierto por el Frente Popular, se escondió en Algemesí y de este pueblo, a pié marchó por Guadasuar, a casa de sus padres en l´Alcúdia. Al ser descubierto por los enemigos de la Iglesia, el 12 de agosto huyo a Chulilla, a la serranía valenciana, estuvo quince días escondido hasta que bajó a Valencia capital y otra vez a su pueblo natal.

A los tres días fue el Comité local a casa de sus padres y se lo llevaron a la cárcel del pueblo.

El 11 de septiembre le sacaron de la cárcel y en el término de Almusafes lo acribillaron a tiros. Rechazó que le vendaran los ojos, y antes de morir, se arrodilló y alzando los ojos al cielo dijo:

”¡Dios mío en tus manos encomiendo mi espíritu. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!” Y dicho esto murió derramando su sangre.

Y algo importante, así lo contaron, murió perdonando a sus asesinos. Lo dejaron muerto en medio de la carretera. Uno de los presentes en el martirio contó estas palabras a familiares de l´Alcúdia, por eso sabemos las circunstancias de su martirio. Enterrado en el cementerio de Almusafes, al terminar la guerra llevaron sus restos a l´Alcúdia donde reposan sus sagrados restos.

Siendo yo párroco de l´Alcúdia, coloqué una  fotografía ampliada del siervo de Dios en la sacristía junto a los otros dos mártires de la parroquia.

Siervo de Dios

JAIME ANDRADA SALVADOR

El siervo de Dios nació en Xàbea el 16 de enero de 1900. En el seno de una familia humilde y numerosa de 7 hermanos. Su padre era jornalero, murió en 1906 y su madre solicitó el ingreso de 3 de sus hijos en el Colegio Imperial de Niños Huérfanos  san Vicente Ferrer de Valencia.

Por lo tanto desde los seis años fue educado en el Colegio Imperial de Niños. Tres años más tarde empezaba los estudios eclesiásticos en el colegio de vocaciones san José para pasar  en el momento oportuno por la edad al Seminario.

¿Qué es el Colegio Imperial de san Vicente Ferrer?

Colegio Imperial de Niños Huérfanos San Vicente Ferrer es una institución valenciana con más de 600 años de antigüedad, fundada por el propio  san Vicente Ferrer en el año 1410. Es una fundación de la Comunidad Valenciana, carente de fin lucrativo y de carácter benéfico-social.

Se puede considerar al colegio “única obra que queda viva en la actualidad del patrono de la Comunidad Valenciana”.

En 1624, el rey Felipe IV hace donación al Colegio del edificio correspondiente al antiguo Colegio Imperial Nuestra Señora de la Misericordia para hijos de moriscos, también conocido como «col·lege dels morets» creado por el emperador Carlos I  en 1545. Con la expulsión de los moriscos en 1609, el edificio se encontraba vacío. Este era conocido como la Casa del Emperador, ya que según se afirmaba, el Colegio se construyó sobre una casa propiedad del emperador Carlos I. Será a partir de esta fecha cuando el Colegio adopte el nombre de Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer.

El colegio abandonó en 1968  su sede en Valencia debido a la amenaza de ruina en que se encontraba. Hasta  1977  estuvo en el Pantano de Benagéber (1968-1969) y después en la Colonia de San Marcelino, en San Antonio de Benagéber (1969-1977), mientras se llevaban a cabo las obras de construcción de su sede actual en el mismo san Antonio de Benagéber.

Actualmente el colegio ocupa unos 66.000 metros cuadrados, dispone de tres edificios de viviendas para niños y educadores, aulas informatizadas, talleres para manualidades, polideportivo cubierto y piscina, así como una amplia zona verde.

En la capilla (1992) se venera la reliquia de san Vicente Ferrer, el hueso radio de su brazo derecho, donado al colegio (1980) por el ministerio de Cultura de Francia   y la diócesis gala de Vannes, donde murió el Santo y reposan sus restos en su catedral.

Pues aquí pasó la niñez el siervo de Dios y aquí el Señor entró en su corazón regalándole la vocación sacerdotal. El muchacho lo pensó muy bien y seguro que consultaría a sus superiores la idea de entregarse a Dios en la vida sacerdotal. También su hermano Juan, éste ingresó en los Jesuítas.

Una vez en el seminario mayor ingresó en el Colegio Seminario de la Presentación y santo Tomás de Villanueva, pues había ganado una beca para ese colegio, donde creció en el saber y en las virtudes. Se ganó  a sus superiores y profesores por su bondad y servicio. Era inteligente y trabajador y eso le llevó a que, terminados los estudios, se doctorara en Sagrada Teología y luego el arzobispo, futuro cardenal, D. Enrique Reig le ordenó sacerdote en 1923, en la catedral de Valencia.

Su primer nombramiento fue capellán de las Religiosas Salesianas de su pueblo natal donde permaneció unos meses. El mismo año 1923 es nombrado vicario parroquial de Tabernes de Valldigna. Allí permaneció siete años trabajando en la pastoral parroquial, sobre todo en la juventud. Se dejó la piel entregándose a a la pastoral juvenil que tanta falta hacía en Tabernes. Se le recuerda con cariño y admiración. Gracias a su simpatía y entrega atrajo a muchos jóvenes a la parroquia instruyéndoles en la doctrina cristiana.

Al cabo de siete años fue nombrado párroco de Benifairó de Valldigna. También aquí trabajo incansablemente. Era un pastor nato y su objetivo era ganar almas para el Evangelio que es como decir, hacer Iglesia entre los jóvenes y también entre los adultos. El siervo de Dios trabajó con ardor, dedicación y entrega. Fue un gran sacerdote.

En 1935 volvió a la Valldigna, cosa rara, pero volvió a la parroquia anterior como vicario.

Como ya he dicho su carácter era apacible, trabajador, era un sacerdote ejemplar y virtuoso, así lo definen quienes le conocieron.

Al estallar la persecución religiosa, con su madre marchó a Valencia y luego a su pueblo natal, pero no a su casa sino a una casita rural. Allí se dedicó a las tareas del campo y de esa manera se entretenía trabajando la huerta. Allí mismo fue detenido al poco tiempo y llevado a la cárcel días. De nuevo en libertad, volvió a sus tareas agrícolas en la casita rural. Pero siempre vigilado por sus enemigos.

Los milicianos se lo llevaban a Xábea paseándole por los teatros, bares y cafés, seguramente para tentarle, cosa que no pudieron. El carácter del siervo de Dios era fuerte y valiente, no cedía a la mediocridad. Pero no fue solamente ese paseo, se burlaban de él y le maltrataban dándole puñetazos y bofetadas delante de la gente. Siempre mostró espíritu de sacrificio y aguante ante el maltrato de aquella gentuza.

El siervo de Dios cuidaba su oración dentro de la casita. Rezaba uniéndose a la Pasión de Nuestro Señor. Sabía que muy pronto se lo llevarían al martirio y se preparaba para ello. Estaba en las manos de Dios y a Él se aclamaba y seguro que le diría: “Aquí estoy, Señor, esperando tu misericordia. Tuyo soy, Padre. A tus manos encomiendo mi espíritu. Estoy  preparado para lo que venga, para lo que tu Providencia quiera”.

Su fuerza era el poder de Dios y su gracia.

Su casita estaba custodiada así a nadie se le permitía visitarles.  Los de Xábea no se atrevían a matarle, así las cosas llamaron a los de Benifairó de Valldigna quienes se presentaron el 25 de octubre, a las 8 de la noche, acompañados por varios milicianos de Xàbea y habiendo entrado en la casa se lo llevaron, junto a su hermano Juan, jesuita.

Según voz unánime en Benifairó, fueron  llevados a ese pueblo en cuya entrada les querían colgar  de un gran pino para que sirviera de escarmiento. Los milicianos dijeron haberles dado muerte, después de un completo despojo, entre Xaraco y Jeresa. Los asesinos, al volver al pueblo, enseñaban con orgullo a las amistades de sacerdote las manchas de sangre que llevaban en sus ropas, así como los objetos que les habían robado.

Vemos la vida que llevaba el siervo de Dios, entregado a los demás, sirviendo y amando. Ese fue su crimen. Pasó haciendo el bien y los enemigos de la Iglesia no tuvieron miramiento a la hora de escarmentarle. ¿De qué? Así era el ambiente antirreligioso que se había fomentado durante la República y que estalló en maldad y odio contra la buena gente, en este caso contra los sacerdotes, como hemos visto en D. Jaime Andrada y su hermano Juan.

   Murió con toda seguridad rezando y perdonando el 25 de octubre de 1936, era entonces la solemnidad de Cristo Rey. Y seguro que gritaría: “¡Viva Cristo Rey!”.

Tenía 36 años de edad

Siervo de Dios   

JUAN-BAUTISTA FERMÍN LLOPIS

El siervo de Dios Juan Bautista Fermín nació en Guadassuar, en la Ribera valenciana el día 6 de julio de 1903 y bautizado al día siguiente en la parroquia de san Vicente Mártir de su pueblo. Fueron sus padres Juan Bautista y Joaquina; al ser bautizado el 7 de julio le añadieron el nombre de Fermín ya que ese día era su fiesta.

Recibió la Primera comunión después de la preparación en la catequesis parroquial y también la Confirmación de manos del arzobispo de Valencia D. Victoriano Guisasola, sabemos la fecha de este sacramento, el 25 de abril de 1913.

El ambiente religioso que reinaba en la familia fomentó que Juan Bautista se inclinara por la vocación al sacerdocio. Y por eso rezaba mucho a san Vicente Mártir para que esa vocación naciente cuajara en su corazón y poder manifestar a sus padres su propósito de marchar al seminario. Desde los cinco años reinaba  ese propósito en el corazón del niño. Y así lo hizo a lo que Juan Bautista y Joaquina se opusieron totalmente dada la situación económica de la familia. Pero el muchacho a espaldas de sus padres escribió una carta al arzobispo manifestando lo que le ocurría y pidiéndole le aceptara en el seminario,  rogándole ayuda económica para costear sus estudios. Él quería ser sacerdote pero sus padres no podían pagarle la carrera. La carta fue descubierta por los padres antes de llevarla a correos y estos quedaron admirados por  la valentía del muchacho al manifestar su situación al arzobispo. Y entonces determinaron hacer un enorme esfuerzo y que Juan Bautista ingresara en el seminario.

Así las cosas marchó al colegio vocacional san José para allí prepararse adecuadamente y poder acceder al seminario conciliar de la diócesis.

Enseguida sus superiores se dieron cuenta de la sencillez y buen hacer del joven, pues aparecieron sus virtudes: estudioso, amable, entregado y amante de la oración y del altar. Virtudes que desarrolló en el seminario mayor donde se ganó la admiración de sus compañeros por su candor y simpatía.

Pero muy pronto libró a sus padres del gasto de los estudios y estancia en el seminario logró una beca para el Colegio Seminario santo Tomás de Villanueva y allí marchó hasta el final de sus estudios y ordenación sacerdotal. El Señor bendijo el esfuerzo y la valentía del joven por llegar al sacerdocio.

Vísperas de la ordenación  rezaba con toda su alma y manifestaba la gratitud que sentía por haber llegado a la meta del sacerdocio: “Toda mi vida te bendeciré, Señor, y alzaré las manos invocándote”. Y con inmensa alegría acude con sus familiares a la catedral para ser ordenado. Sabemos la fecha de su Primera Misa en su parroquia natal, el día 19 de marzo de 1929, fiesta de san José. No podemos imaginar la alegría que sentiría nuestro misacantano. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?, ¡alzará la copa de la salvación invocando su nombre!”.

Su primer nombramiento fue vicario de Navalón el día 27 de abril de 1929; el 24 de junio de 1930 es nombrado vicario de Carlet y el 29 de octubre de 1931 cura regente de Torremanzanas y el 6 de mayo de 1936 marchó como vicario a Algemesí. Muchos nombramientos en poco tiempo

En cada una de estas parroquias, manifestó su gran carisma sacerdotal, entrega a su ministerio, sobresaliendo en su apostolado entre los jóvenes de cada una de ellas. En Algemesí abrió sus alas en esta importante dedicación. Llegó a conocer a los jóvenes y dada su simpatía y gran corazón les atrajo a la Visita del Santísimo, para empezar, y luego, desde la formación permanente, les iba educando para crecer en la fe y comprometerse a ser buenos cristianos. ¡Hizo una gran labor! Si hubiera podido estar más tiempo, no sabemos hasta donde hubiera llegado.

Pero vino la persecución religiosa al estallar la guerra civil en 1936. Todo era peligroso para el sacerdote. Lo he manifestado varias veces, estos curas apóstoles entre los jóvenes eran considerados muy peligrosos. Estaba muy vigilado. Sabían donde vivía, qué hacía, adonde iba. Pero no tuvo miedo a nadie ni a nada. Seguía con su ministerio y manifestaba a muchos fieles: “No creo niegue nunca al Señor; siempre me manifestaré como sacerdote que soy”. Es un hermoso ofrecimiento a la voluntad de Cristo y a la divina Providencia. Eso le daba fuerza y valentía, ardor y fuerza para seguir trabajando en la parroquia.

Un día al enterarse de la gravedad de uno de sus feligreses, salió corriendo de su casa para poder administrar la Unción de Enfermos y el Viático al enfermo en cuestión. Pudo llegar y estando a la cabecera del enfermo le administro los últimos sacramentos. Llenando de consuelo espiritual a todos los allí presentes que agradecieron al sacerdote el haber ido a pesar del peligro que corría.

Sus familiares cuando volvió le regañaron por esa salida tan impetuosa que ponía en peligro su vida. Les contestó con prontitud y con cariño: ”Era mi deber asistir a este enfermo y darle los auxilios divinos. Siempre iré con gusto a pesar del peligro que eso pueda suponer. Soy sacerdote por encima de todo”.

Y así las cosas el 16 de septiembre de 1936, fue detenido a las 10 de la noche. El Comité de Algemesí a las 11 determinó dar muerte al joven sacerdote y a las 12 era acribillado a tiros en el camino vecinal que va de Algemesí a Alzira, en la partida de Barrablet. Eran dos los fusileros que dispararon y uno de ellos no quiso repetir el tiro de gracia, pero el otro se encargó de rematar al sacerdote. El siervo de Dios Juan Bautista tuvo tiempo mientras lo llevaban al patíbulo de ponerse en manos de Dios repitiendo las palabras  que rezamos en las Completas y que Jesús dijo en la Cruz antes de morir:

“A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Padre acoge mi alma. Perdona mis pecados. Te amo con todas mis fuerzas. Perdona a estos que va a matarme. El martirio es el mayor testimonio. Acoge mi alma en tus manos, Señor y gracias por ser sacerdote, gracias por serte fiel hasta el final de mi vida”.

Y algo sublime, lo que dijo a sus hermanas y anciana madre:

”No toméis venganza alguna por mi muerte. A imitación de Jesús en la cruz, perdonad siempre. Sí, perdonad”.

Fue enterrado en el cementerio de Alzira y exhumado su cadáver el 16 de junio de 1939 para ser trasladado a Guadasuar el 24 donde descansa junto a otros  sacerdotes mártires en la parroquia.

Cuando lo reconocieron observaron con  admiración que su cuerpo estaba incorrupto, pero vieron con estupor que le habían cortado la cabeza y las dos manos. El martirio fue cruel: cortaron las manos consagradas del mártir.

Es la pregunta que siempre me hago, ¿Es que se paga el bien con el mal? El siervo de Dios Juan Bautista pasó por la vida haciendo el bien a manos llenas; se entregó por entero a la gente de sus parroquias, animando, consolando, ofreciendo el Cuerpo de Cristo y el Evangelio, derrochando el bálsamo de la gracia a los niños y a los jóvenes.

Gracias, Juan Bautista, tu testimonio no se pierde, no queremos que se pierda y tu memoria tampoco. El pueblo de Dios te aclama y te agradece el bien que has hecho siempre y sobre todo el testimonio de tu cruel martirio: todo por amor.

Tenía 33 años de edad.

                                                                      VICENTE AVIÑÓ CATALÁ

El siervo de Dios Vicente nació en Manises el día 8 de abril de 1872 siendo bautizado el mismo día en la parroquia de san Juan Bautista. Hijo de Camilo Aviñó y Sinforosa Catalá.

Formaron una familia cristiana donde se trabajaba mucho y se rezaba mucho más. En ese ambiente el pequeño Vicente creció en virtud y en gracia. Aprendió a rezar con sus padres y aprendió la doctrina cristiana en la catequesis parroquial. En san Juan Bautista recibió la Primera Comunión y la Confirmación.

Muy pronto dio muestras de vocación sacerdotal que sorprendió a sus padres, pero quedaron admirados por la decisión de Vicente. Le hablaron sobre la vida del sacerdote para que el niño supiera donde se metía. Madurando el propósito marchó al colegio vocacional de san José. Allí con la ayuda de tan buen ambiente aprendió las lecciones correspondientes para ingresar en el seminario conciliar de Valencia.

Ya en el seminario dedicó tiempo al estudio y a crecer en las virtudes tan necesarias para la vida sacerdotal. El seminario ayuda a seguir creciendo en gracia y en sabiduría. El director espiritual se preocupa de que los seminaristas lleven una vida espiritual correcta en la práctica de los sacramentos, sobre todo la confesión, la Eucaristía y también en el crecimiento de la vida interior. Esa es la misión del padre espiritual: no dominar sino acompañar.

Ya en 1896 le señalan la fecha de la ordenación sacerdotal. Imaginemos la alegría que Vicente lleva dentro de su corazón. Cuántos ratos de oración en aquellos días dando gracias a Dios por ese hermoso regalo tan esperado. “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Te doy gracias, Señor, de todo corazón. Delante de los ángeles tañeré para ti”. Con estas palabras el siervo de Dios agradecía al Señor todo el bien que había recibido de su bondad.

Apenas ordenado sacerdote le nombraron vicario parroquial de Manises, su pueblo natal y unos años después pasó a ser párroco de la misma parroquia de san Juan Bautista y lo fue hasta el momento de su glorioso martirio.

En ese tiempo D. Vicente trabajó en el apostolado dedicándose a llevar la parroquia en todas sus dimensiones: catequesis de los niños y adolescentes, pastoral de la juventud con la que llenaba su tiempo sin descontar a los adultos. ¡Cuánto trabajó en el mundo juvenil! Los jóvenes, siempre, pero quizás en aquel tiempo tan lleno de turbulencias, más todavía, necesitaban la acción pastoral del señor cura. Los jóvenes eran pasto apetecible para la izquierda reinante, de ahí que D. Vicente dedicara esfuerzos en la catequesis y formación de los jóvenes de su parroquia. No quería que fueran atropellados por las malas corrientes que iban a por ellos.

D. Jose Zahonero se preocupó de recoger testimonios una vez  terminada la guerra civil. Fue una tarea difícil pero agradable. Gracias a ese trabajo tenemos hoy reseñas de primera mano de muchos de los mártires de la diócesis. Y a D. José acudimos. Según nos cuenta, el siervo de Dios predicaba el Evangelio muy bien de tal manera que hacía vibrar los corazones de sus feligreses. Él se emocionaba predicando, pero sus palabras llegaban al corazón. Aquellos maniseros a quienes Zahonero preguntaba le decían que recordaban los sermones del señor cura, con afecto y admiración y gratitud.

El siervo de Dios entusiasmaba al hablar de la Virgen María y del Santísimo Sacramento. D. Vicente profesaba una gran devoción a la Virgen y hacía lo posible para transmitirla a sus feligreses. ¡Era todo un ejemplo de buen cura para todos!

Admirable director espiritual de muchos fieles que acudían al a él buscado ánimo, formación y consuelo. Las palabras de D. Vicente llenaban el corazón de quienes acudían a él en busca de dirección espiritual. Al verle enseguida adivinaban su prudencia, fervor, su celo apostólico y su caridad. ¡Cura ejemplar!

El siervo de Dios fue quien levantó y sostuvo con sus desvelos y cuidados el Patronato de Acción Social, obra eminentemente parroquial, según nos cuentan. Siempre estuvo “a pie de obra” y eso se notaba en la parroquia. Con D. Vicente colaboró muy estrechamente el beato Vicente Vilar, también mártir y ya beatificado en 1995 en Roma.

Cuando estalló la persecución religiosa  no disminuyó la actividad pastoral; se debía a sus feligreses y a ellos se dedicó hasta la muerte. Al verle actuar y sin miedo fue llamado varias veces al Comité Popular Comunista y por fin fue detenido el 16 de septiembre de 1936 ingresándolo en el convento de las Carmelitas de la ciudad convertido en prisión de milicias. Esa gente se creía dueña de todo y se apropiaban de lo que querían y destrozaban también lo que querían. ¡Eran los dueños y señores de todo!

Comienza su martirio. Es horrible. Parece mentira, pero es verdad. Le daban a beber en un pozal agua mezclada con la orina de aquella gentuza cruel. Aparte de maltratarle con bofetadas y golpes por todo su cuerpo. Y cuando bebía en el pozal la orina  le silbaban como a los animales. Y así durante 10 días de martirio inhumano.

El 26 de septiembre se lo llevaron, junto con otros sacerdotes, al Picadero de Paterna para terminar con él. El siervo de Dios quería saber quién era el que le tenía que disparar a muerte. Y uno del grupo dijo: “Yo mismo”. Entonces el Sr. Cura le dijo:

“Sabe ante Dios y ante los hombres aquí presentes, que yo te perdono”. Y dando un grito que salió de sus entrañas: “¡Viva la Purísima Concepción”, con la descarga quedó muerto en el acto.

Lo enterraron en el cementerio Paterna y luego fue trasladado a Manises en agosto de 1939.         Posteriormente sus restos mortales fueron llevados a la parroquia de san Juan Bautista donde había nacido a la fe y de donde fue su cura durante todos los años de sacerdocio. Donde se dejó la piel.

Tenía 64 años de edad.

A medida que voy estudiando los martirios que sufrieron nuestros sacerdotes valencianos, no dejo de admirarme por la fe tan grande y el amor hacia Jesucristo y hacia la Iglesia. Son una antorcha de fe y de valentía.

Prefirieron su sacerdocio a la vida. Porque fueron martirizados por ser curas, por hacer el bien, por servir al pueblo de Dios. Por eso fueron condenados a muerte. Pero todos ellos viven con Dios e interceden por nosotros que caminamos por este valle de lágrimas. ¡Benditos sean por siempre!

 

 

FRANCISCO BALAGUER DURÁ

 El siervo de Dios Francisco nació en Benaguassil el 26 de enero de 1892 en una familia eminentemente cristiana donde se vivía la fe a pleno pulmón y se amaba a Dios sobre todas las cosas. Francisco es el menor de seis hermanos. Sus padres Rosendo, era labrador y su madre Carmen. Eran muy felices con lo que tenían, el regalo más grande eran sus hijos, la alegría y el orgullo de los padres, el Señor los iba bendiciendo y todavía no se imaginaban la sorpresa que el Padre de los cielos les estaba preparando.

Un día sin que lo esperaran, el hijo menor, Francisco les dice a sus padres en presencia de los demás hijos que quiere ser cura. Se lo imaginaban porque el pequeño de la casa les había dado muestras de tener en su interior inquietud sacerdotal. Era muy jovencito, pero ya pensaba en lo que deseaba ser de mayor. “Sí, quiero ser cura”. Para unos padres religiosos que viven la fe y se esfuerzan en transmitirla a sus hijos, esa noticia no les desagrada, todo lo contrario, les alegra les llena el corazón. Pero, claro es familia numerosa y todos viven de la agricultura. Esa era la principal dificultad. Sin embargo todos van a realizar un esfuerzo considerable para que Francisco ingrese en el colegio vocacional san José y luego en el seminario conciliar de la diócesis valentina.

Y así fue. Ya en el seminario mayor, Francisco  profundiza en la sagrada Teología, estudia las materias, asiste a las clases y crece en las virtudes, practicando la oración tan fundamental en la vida del seminarista. Todos se dieron cuenta de la categoría humana del joven y de su espíritu sacrificado, su entrega a los demás y su alegría, tanto que contagiaba paz y ánimo.

Y  así transcurrieron los años en el seminario hasta que le comunicaron la fecha para la ordenación de presbítero. La alegría  sobresalía de su alma. Rezaba dando gracias a Dios por el maravilloso regalo que iba a concederle:

“Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Gracias, Señor, por el don del sacerdocio. No merezco este regalo, pero tú eres misericordioso y bueno. Ahora me colmas de gracia y de ternura”.

Así rezaba nuestro joven diacono en vísperas de su ordenación sacerdotal.

Fue en 1916 la fecha señalada. Con enorme fervor recibió la ordenación y a boca llena daba gracias al Señor. Su primer nombramiento fue vicario parroquia de Jalón y, sucesivamente, cura de Marines, Náquera, l´Ollería y Torrent. Un estupendo recorrido pastoral. Por donde ejerció el ministerio dejó una estela de virtud y un ejemplo de piedad, nos cuenta D. José Zahonero.

D. Francisco estaba enamorado de su sacerdocio y eso se notaba en el ejercicio del apostolado. Trabajó muchísimo evangelizando con los niños, preparándoles a la Primera Comunión y luego a la confirmación. Siempre tenía tiempo para dedicarse a los jóvenes, que son la esperanza de la parroquia y de la misma sociedad.

Torrent, que es el último destino antes del martirio, sabe muy bien del trabajo pastoral del Sr. Cura. ¡Incansable!, ¡entregado!, sin mirar el reloj, llegaba a todo y en todo dejaba una gran huella que perdura. El bien que hace el sacerdote permanece en la parroquia y en sus feligreses. Cuántos curas se han dejado la piel y otras cosas sirviendo a fondo perdido  en las parroquias a ellos encomendadas. Nuestro sacerdote es un ejemplo; ¡Gran ejemplo para todos!

Al llegar la persecución religiosa en 1936, le obligaron a abandonar la parroquia, que fue cerrada “a calicanto”. Él se refugió donde pudo y desde allí continuó ayudando en su ministerio a cuantos le necesitaban, incluso visitaba a los encarcelados. Se desvivió aún estando en un ambiente contrario. Y esta marcha la llevó hasta el 2 de agosto en que se presentaron los milicianos en la casa donde estaba viviendo, ya que la Abadía había sido requisaba. Ellos eran los dueños de todo y hacían lo que les daba la gana, no solamente la casa Abadía sino cualquier casa del pueblo.

Cuando les vio entrar se puso en las manos de Dios: “Hágase tu voluntad, Señor”. D. Francisco no se quiso quitar la sotana para salir con esa gente y aunque se lo pidieron, no lo consiguieron:

”Si saliera sin sotana iría disfrazado, por tanto les ruego me permitan ir en sotana donde quieran”.

Lo llevaron al Comité de guerra exigiéndole declaraciones absurdas. Fue encerrado en uno de los calabozos. Un día fue a visitarle el miliciano que vivía en la casa abadía burlándose de él. Y le dijo: ”Haga el favor de quitarse la sotana. Los curas ya se han terminado para siempre”. D. Francisco le respondió:

“¿Cómo? Yo soy sacerdote para siempre, hasta morir por Cristo, mi Señor. Si ejerzo como si no, soy sacerdote siempre”.

Otro día lo sacaron a la una de la madrugada para tomarle declaración entre golpes e insultos.

El 3 de septiembre trasladaron al siervo de Dios con 15 presos más, a san Miguel de los Reyes. Allí exhortaba a los presos para que aceptasen la voluntad de Dios y se preparasen al martirio que sería inminente. Todavía tuvo tiempo para dar una tanda de Ejercicios Espirituales como pudo. Ayudó mucho a soportar  el sufrimiento que supuso el encarcelamiento.

Les decía: ”Si nos sacasen mañana, ¿con qué cara nos presentaríamos ante el Señor?”.

Un día se presentaron  unos señores  influyentes para proponerle la libertad bajo condiciones, que el sacerdote no aceptó de ninguna manera:

”A casa como sacerdote, o al cielo”.

En la noche del 28 al 29 de septiembre fueron sacados de la cárcel quince presos de Torrent en compañía del sacerdote. Algunos de ellos al ver donde les llevaban comenzaron a defenderse e insultar a sus verdugos a lo que D. Francisco con acento de padre espiritual les habló  preparando sus almas para el martirio. Era el único que estaba tranquilo y lleno de paz. Uno de los presos que logró la libertad transmitió las palabras que pudo oír al siervo de Dios antes de morir:

”Hijos míos, aceptad con resignación la voluntad de Dios, paguemos con nuestra sangre los pecados de España”.

Y esa misma noche conducidos al Picadero de Paterna, entregaron su vida en supremo testimonio. Sus cuerpos aparecieron dos días después en el cementerio de Valencia.

Acabada la guerra el cuerpo del Sr. cura por voluntad de sus familiares, se llevaron su cuerpo a su pueblo y descansa en la capilla de la comunión de la parroquia de Benaguassil junto con otros  sacerdotes mártires.

El siervo de Dios que tanto animó a sus compañeros de prisión a aceptar la voluntad de Dios, murió sufriendo, rezando y perdonándo, como mueren los santos.

Tenía 44 años de edad.

Cuánta sangre inocente fue derramada por Cristo y su Iglesia. Estos sacerdotes fueron valientes testigos del Dios vivo, marcharon al martirio sabiendo que su sacrificio y su sangre derramada no sería inútil sino que fructificaría en nuevos cristianos y regaría la siembra de la Palabra de Dios.

 

   JOSÉ BATALLA BENITO

 El siervo de Dios José nació en Sagunto el 2 de junio de 1867 y bautizado el mismo día en la parroquia de Santa María, es hijo de Gaspar y Mariana. Se crió en un ambiente religioso, en el seno de una familia que enseñaba a rezar y rezaba, inculcaba el amor a Dios y al prójimo y eso era un hermoso cultivo de virtud, semillero de buenos cristianos y de buenas personas. Así creció José Batalla.

Un día comunica a sus padres que quiere ser cura. Lo ha pensado mucho y toma esa decisión que aunque era un niño, lo ha rezado y puesto en las manos de Dios. Con el consentimiento de sus padres ingresa en el colegio de vocaciones de Valencia. Allí fortalece su vocación y se prepara con los estudios para ingresar en el seminario conciliar diocesano.

Pienso muchas veces en esos inicios de la vocación y me pregunto, ¿es Dios quien llama? Habló al joven Samuel, habló a Juan y Andrés y hoy también llama a seguirle en el ministerio. Y lo puede hacer como él quiera. A José le llamó, quizás a través del ejemplo de su cura de Sagunto o de otra manera, lo importante es la respuesta. El siervo de Dios siguió la luz que Cristo, el Señor, le había puesto delante.

En el seminario fue muy feliz, estaba en el camino adecuado para alcanzar la meta deseada. La oración, la santa Misa, la lectura espiritual y los estudios de filosofía y teología reforzaban  su vocación.

Fue ordenado sacerdote en el año 1891. A boca llena daba gracias a Dios por haber llegado el momento en el cual  iba a dar el paso definitivo ante la Iglesia. El obispo le llama por su nombre: “José”. A lo que él responde: “Presente”. Y comienza la ordenación. El canto de las letanías de los santos postrado en el suelo. ¡Cuántos pensamientos en ese momento!, la imposición de manos, la unción y la oración consagratoria: “El Señor que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a cabo”. José ya es sacerdote y en su pueblo celebra la Primera Misa ante su familia y amigos.  Día feliz para dar gracias a Dios.

Y viene los nombramientos, vicario parroquial de Albalat de la Ribera hasta 1899, luego fue nombrado vicario del Puig hasta 1902, desde aquí es destinado como párroco de Riola hasta octubre de 1923, muchos años permaneciendo trabajando en este pequeño pueblo donde ejerció el ministerio de forma fecunda, entregado  a sus quehaceres pastorales de toda índole y finalmente en ese año fue nombrado cura arcipreste de Alberic en la Ribera Alta hasta el momento del martirio.

El siervo de Dios fue un sacerdote ejemplar, muy piadoso, lo demostraba en su devoción a la Virgen María y al Sagrado Corazón de Jesús y en Alberic, la devoción más profunda es la del Ecce Homo. D. José mostraba enorme interés en celebrar las fiestas con solemnidad  y se preocupaba de que sus palabras, cuando predicaba, llegaran al corazón.

Por donde pasó dejó una huella imborrable sobre todo por su caridad y amor a los más necesitados. En Alberic le llamaban “El cura de los pobres”, porque su caridad era constante y eficaz. Tenía claro que la virtud más importante es la caridad como muy bien describe san Pablo en su Carta a los Corintios. Nos cuentan que muchas veces daba hasta su propia comida. También visitaba a los enfermos, les llevaba la comunión y gastaba tiempo repartiendo consuelo y ánimo a cada uno, y si veía que estaban necesitados su limosna era segura.

En el barrio de la “Troneta”, entonces y también ahora, es donde vivía la gente más necesitada del pueblo, D. José acudía todos los días a socorrer y ayudar a los necesitados. Siempre tenía tiempo para estar con ellos y escuchar sus penalidades, sus problemas. Ahí se dejó la piel trabajando continuamente.

El siervo de Dios era muy humilde, practicó las Obras de Misericordia con gusto y a fondo perdido. No había necesidad que él no socorriera, por eso le querían tanto no solo en la “Troneta” sino en todo Alberic. Vivía sin lujo alguno. Austeramente, repartía lo que tenía o le daban, vestía y vivía sin ostentación. Se puede afirmar que el Sr. Cura practicaba la caridad como canta bellamente la Escritura de forma heróica.

Su casa estaba siempre abierta para los sacerdotes de la zona y también para los seminaristas. Siempre hablaba de temas serios y edificantes. Disfrutaba con todos los que acudían a él, se consideraba padre en el buen sentido de la palabra.

El ambiente ya no era bueno. El desmadre que trajo la República desencadenó un enorme mal estar en la Iglesia. Los republicanos insultaban a los curas y a los seglares de Acción Católica y miembros de instituciones parroquiales. Se creían dueños de todo y aún sabiendo el bien que D. José realizaba con los pobres, fue maltratado e insultado por la calle por los miembros del Frente Popular y comunistas de Alberic. El bien esta gente lo paga con el mal.

Y en febrero de 1936 fueron expulsados los sacerdotes de Alberic y D. José marchó a Riola y al poco tiempo se trasladó a un pueblo cercano a Albaida donde había un sacerdote amigo suyo a quien ayudó en Otos desempeñando el ministerio. Llegó un momento en que el alcalde le prometió que no le pasaría nada exigiéndole que no ejerciera como cura. Pero el 15 de septiembre de 1936 al atardecer se presentó un camión lleno de milicianos preguntando por el cura alegando que era preciso llevárselo para tomarle declaración.

No fue así. Lo metieron en un coche, también al seminarista José Tormo y al pasar por Montaverner cogieron al sacerdote D. Pascual Penadés. Sabiendo lo que podría pasarles, comenzaron a rezar y a encomendar su alma al Señor y disponerse al martirio. Uno al otro se dieron la absolución y la indulgencia plenaria y al llegar al “Barrac dels Gosos”, en el puerto de Cárcel fueron martirizados, se libró el seminarista.

El pelotón que les fusiló estaba formado por gente de Alberic a quienes D. José había favorecido muchísimas veces entregándoles comida, ropa y dinero para poder vivir.

Ya en el suelo herido el siervo de Dios repetía los nombres de Jesús y de María. Y mirando a sus asesinos les dijo ya medio moribundo y derramando su sangre:

”Os di siempre cuanto tenía como hermanos; ahora doy mi alma a Dios para perdonaros de todo corazón”.

Así murió el siervo de Dios.

Fue enterrado en el cementerio de La Llosa de Ranes, donde permaneció hasta el 26 de agosto de 1939 en que fue trasladado al cementerio de Sagunto.

Y pasó por la vida haciendo el bien, le pagaron con el martirio, pero él vive con Dios intercediendo por todos nosotros. El Señor  abrió la puerta del Paraíso para que entrara D. José Batalla Benito.

Tenía 69 años de edad.

 

                                                  JOAQUÍN y MIGUEL BATALLER SIREROL

 

    Son dos hermanos sacerdotes mártires en el mismo día, mes y año: En Genovés el 9 de septiembre de 1936. Mártires por Cristo y por la Iglesia.

Joaquín nació en Castelló de Rugat el 14 de marzo de 1887.

Desde muy jovencito manifestó su vocación al sacerdocio. El Señor llama cuando quiere y a quien quiere. Joaquín escuchó la llamada y respondió con prontitud. ¡Qué maravilla la llamada de Jesús! “Ven y sígueme” Lo mismo que hizo con los Apóstoles, hace ahora y siempre con quien quiere. Lo importante es la respuesta. Joaquín siguió a Jesús y marchó al seminario conciliar de Valencia. El Señor le tenía reservadas muchas sorpresas para las que se preparó en sus años de seminario. Me decía D. Juan José Asenjo, arzobispo emérito de Sevilla: “Lo importante en nuestra vida es la santidad. Sin sacerdotes santos no cabe hacerse ilusiones sobre el futuro de la Iglesia. Si fuéramos todos santos, ni la secularización envolvente, ni las dificultades externas serían tan graves, es más, nos comeríamos el mundo”. Y ahí está el seminario para formar sacerdotes santos y valientes.

D. Joaquín fue ordenado sacerdote en 1910. Sacó el doctorado en Sagrada Teología. Nombrado párroco de Beniatjar desarrolló todo un programa pastoral envidiable en aquel tiempo. Era muy trabajador y no le importaban las horas empleadas en su ministerio. Entre el día y la noche no hay pared. Gran predicador de la Palabra divina, preocupado por la celebración de la fe en el altar y en la vida donde instruía a los jóvenes a profundizar en la vida espiritual. Fue especialista en catequesis y lo aplicó en la parroquia. Hizo un gran bien dejando una huella imborrable en los fieles.

En Valencia fundó un colegio para la clase media titulado

“Parque Escuela”. A partir de ese momento su vida va unida a la de su hermano Miguel.

La vocación de Miguel le fue contagiada por su hermano Joaquín que era menor unos años. Miguel nació en Montichelvo, donde sus padres estaban pasando la cuarentena por el cólera en una casa de campo. Allí nació Miguel. Muy pronto ingresó en los franciscanos de Ontinyent. Y las cosas de Dios.  En casa por vacaciones, Joaquín le contagió la vocación al sacerdocio y no dudó en cambiar de sitio y marchar al seminario. ¡El corazón generoso sabe responder a Dios, a pesar de las dificultades o incertidumbres!

En el seminario cultivó, aparte de los estudios correspondientes, la vida espiritual. El Espíritu Santo lo penetra todo, lo invade todo y cultiva la vida interior. La fuerza del Espíritu de Jesús nos da fortaleza y ánimo para crecer en la oración y en la entrega de corazón a Cristo. Y eso lo hizo a la perfección Miguel en sus años de seminario.

Es ordenado sacerdote en 1909 y destinado enseguida  como vicario parroquial a Beniarrés donde trabajó enormemente en la pastoral juvenil. ¡Con cuanto acierto encaminaba a los jóvenes al encuentro de Jesús!.  Estaba muy bien preparado y se dedicó por entero a esa pastoral tan delicada y tan importante. Formó varios grupos de jóvenes con quienes se reunía enseñándoles la doctrina cristiana y fomentando el espíritu de oración. Dedicaba tiempo para confesar, no tenía reparos de ningún tipo. Era muy buen sacerdote. Humilde y generoso, trabajador incansable y amante de su sacerdocio como veremos en la trayectoria de su vida hasta el momento del martirio.

Allá por el año 1920 él y su hermano Joaquín se trasladaron con su madre, a Valencia dedicándose a la enseñanza, que era su vocación. Ejerció el cargo de director espiritual en el colegio de los HH Maristas.        ¡Qué bien desempeñó este cargo!

Los dos hermanos interesados por la formación religiosa de los universitarios fundaron una residencia  ” Residencia Universitaria” y desde ella trabajaron en la formación humano-cristiana de los estudiantes tan necesitados entonces de esta dedicación.

Pero estalló la República que iba a destruir cuanto bien se había sembrado entre los jóvenes. Los dos hermanos pensaron en abrir un colegio de primera y segunda enseñanza que, con carácter seglar, tuviera en el fondo y en esencia un espíritu católico. Así surgió el “Colegio Internado Malvarrosa”. Se le denominó del Sagrado Corazón y a esa labor se dedicaron de todo corazón los hermanos Bataller. Pero no duraría mucho ese trabajo, los enemigos de todo lo digno y bueno no tardaron en hacerse con el colegio y todo lo que estos sacerdotes habían sembrado entre los jóvenes valencianos. ¡Cuánto les molestaba esa acción, los dos hermanos eran considerados peligrosos para la República y sus intenciones!

Y el 23 de julio de 1936 los milicianos invadieron de nuevo el colegio quedando inmovilizados, sacerdotes y seglares y vigilados todos ellos. Pensaron en el martirio y comenzaron a preparar su interior. Pero el 29 de julio les dejaron en libertad y se marcharon a Castelló de Rugat. Una vez allí, se presentaron al Comité del Frente Popular del pueblo. El presidente les preguntó: “¿Vienen ustedes en son de paz o en son de guerra?” A lo que contestaron: “Nosotros somos pacíficos y no ofendemos a nadie”.

El 8 de septiembre los milicianos comenzaron a buscarles y al encontrarles, vieron muy de cerca el martirio, y rezaron:

   “Señor, por la agonía del Huerto, dadnos fortaleza para aguantar el martirio”

Se llevaron a los dos hermanos sacerdotes al término de Genovés, lugar elegido para la matanza. Al  subir al coche les dijeron a los milicianos:

   “Sabemos dónde nos llevan, con todo, les perdonamos y les damos un abrazo”.

Cuando estuvieron todos los que iban a morir juntos, el siervo de Dios Joaquín dijo a todos:

   ”Señores, es hora de reconciliarse con Dios; quien lo quiera hacer sepa que hay dos sacerdotes”. Todos se confesaron.

Y dijo a los asesinos:

   “Les pido por favor que me asesinen a mí el último, pues quiero confortar a todos mis hermanos en el sacrificio y asistirles en la hora de la muerte”.

Y a medida que iban cayendo, D. Joaquín les daba la absolución. Y les decía:

   “De aquí al cielo”.

Y llegó el momento: le tocó al siervo de Dios. Ya habían caído todos en supremo testimonio de fe. Le dispararon a muerte y él gritó:

   “Viva Cristo y su santa Madre”.

Se marcharon y dejaron allí los cuerpos desangrándose. D. Joaquín aún, con vida, se acercó arrastrándose como pudo donde estaba su hermano muerto. Le besó y le bendijo.

Pasando un carretero al verle le llevó a la sombra pero pasó de largo. Se enteraron en el pueblo y un miliciano se acercó al sacerdote y le preguntó: “¿Usted qué es? Yo soy sacerdote”. Y en el mismo instante le disparó un tiro a la nuca y acabó con él. Cuentan los que estaban presentes que el siervo de Dios decía mirando al cielo:

“¡Si supieran lo que veo mirando al cielo!”

Así mueren los santos: mirando al cielo.

Joaquín tenía 49 años y Miguel  51.

 

ELEUTERIO CATALÁ TOMÁS

   El siervo de Dios Eleuterio nació en Beniarrés en 1895. Fue bautizado en la Parroquia de san Pedro Apóstol de su pueblo

   Ya desde pequeño mostró su amor y dedicación a las cosas sagradas en su parroquia. De tal manera que manifestó a su cura que quería ser sacerdote, éste le escuchó con agrado su propuesta pero determinó esperar un poco más ya que era muy pequeño. El niño insistió mucho y el cura accedió. No sorprendió al párroco ya que conocía muy bien al niño. Al decírselo a sus padres, estos no pusieron ninguna dificultad, al contrario se alegraron mucho y era lo que muchas veces decían entre ellos: “Este xiquet ya voren lo que será”. “Este niño ya veremos lo que será”. El Señor Jesús puso su mano sobre el chaval inquieto.

   Eleuterio rezaba sus oraciones cada día y de buena mañana se levantaba antes de ir al colegio y se iba a la parroquia a ayudar a Misa. Todos se admiraban de la religiosidad del muchacho.

   Así las cosas marchó al colegio de san José de Valencia donde afianzó su vocación y creció en todo lo bueno. Del colegio pasó al Seminario conciliar de la diócesis. Creció en las virtudes cristianas y en el hábito de oración, tan necesario para el futuro sacerdote. Las clases de Filosofía y luego la sagrada Teología le dieron una formación seria y profunda. Recibió las órdenes menores con enorme ilusión.

   En 1923 el arzobispo D. Enrique Reig Casanova le ordenó sacerdote en la Catedral ante sus padres y familiares de Beniarrés. Antes de la ordenación tuvo una larga conversación con el rector del Seminario que le habló de la enorme responsabilidad que debe tener el sacerdote que representa a Cristo en medio del pueblo; de su ministerio sacramental que requiere una dedicación plena en la atención al confesonario y sobre todo en la celebración de la santa Misa. Pero además el sacerdote está dedicado a sus fieles, de manera especial a los pobres, necesitados y enfermos. Eleuterio escuchaba con atención los consejos sabios del rector del Seminario.

   Una vez celebrada la Primera misa le nombraron vicario parroquial a Alberic, a la sombra de la Montañeta, en la Ribera valenciana. Allí abriría sus ilusiones de sacerdote y comenzaría a trabajar en lo que el párroco le sugiriese: Catequesis con los niños preparándoles a la Primera Comunión y Confirmación. Dedicación a los jóvenes de Alberic, creando un grupo de formación; en el grupo les explicaba la Biblia, Palabra de Dios y les instruía en la doctrina católica. Todo ésto era necesario para hacer Iglesia, crear parroquia. Después de unos años fue enviado a Manises como vicario. Su tarea como sacerdote llevó el ritmo comenzado en Alberic.

   El siervo de Dios era trabajador y tenía las ideas claras en su ministerio. Nunca se quejó de su trabajo. Se entregaba en cuerpo y alma. Su vida fue una entrega amorosa a Jesucristo, a quien hacía presente a través de su trabajo ministerial.

   Cuando se desencadenó la persecución religiosa, Eleuterio todavía se encontraba en Manises y allí permaneció hasta los últimos días de su vida cumpliendo en el ministerio sacerdotal con enorme ilusión y sin miedo a lo que pudiera venirle, aunque sabía lo que se le venía encima.

   Llamado por el Comité formado por socialistas, comunistas y anarquistas, le prestaron declaración, sobre su trabajo. D. Eleuterio lo tenía muy claro:

“soy sacerdote, ustedes lo saben y por eso me han llamado. Hasta la muerte soy de Cristo y pertenezco a la Iglesia, en su nombre ejerzo el ministerio aquí en Manises”.

   El Comité le expulsó de la ciudad y se refugió en la casa familiar de Valencia hasta que el 22 de noviembre de 1936, se presentaron siete individuos armados hasta los dientes: “Venimos a por el cura. Nos lo llevamos”. Le detuvieron y lo esposaron, antes de salir dijo a su madre, mirándola a los ojos con enorme ternura: “Todo sea para Nuestro Señor Jesucristo, Madre”. Y mientras lo “paseaban” por la calle, le insultaban con las mil perrerías, con palabras blasfemas contra Dios y su santa Madre y con palabras soeces, insultos contra el sacerdocio. El siervo de Dios en silencio soportaba los insultos sin hacer el más mínimo reproche. Lo sufrió con paciencia aceptando la voluntad de Dios.

    Lo llevaron al seminario conciliar donde habían creado una “Checa” allí permaneció hasta el día 28 del mismo mes.

   La “Checa” hoy convertida en capilla martirial en recuerdo de los Mártires que sufrieron en el interior de este lugar tenía muy pocos metros cuadrados, sin respiración ni ventanas y además a oscuras. Hoy cuando contemplamos la capilla martirial rezamos y pensamos: ¿Cómo es posible que en este pequeño local estuvieran tantos sacerdotes encerrados y también católicos por el hecho de serlo? Allí estaban hasta el momento de llevarles al patíbulo.

   La capilla está donde hoy se ubica la residencia sacerdotal Venerable Agnesio; la pueden visitar cuando quieran, llamando a la puerta. Es impresionante.

El siervo de Dios fue sorprendido confesando y bendiciendo a muchos prisioneros con el Crucifijo que llevaba escondido en la chaqueta. Al verlo bendiciendo le insultaron con palabras muy duran contra el cura y contra Dios Nuestro Señor. Y aquí, sí respondió D. Eleuterio con estas palabras escuchadas por un familiar de uno de los prisioneros que le dejaron entrar:

“Estaba cumpliendo mis obligaciones como sacerdote. Ya sabéis que soy cura y tengo obligación de confesar, si me lo piden. Lo volveré hacer si hace falta”.

   Le contestaron: “Pronto dejarás de hacerlo”.

   Tuvo el consuelo de ver a su madre que acudió al Seminario a visitarle. Le dijo en presencia de los que vigilaban el lugar:

“Madre, me matarán, por eso estoy aquí encerrado. Pero yo acepto la muerte por Nuestro Señor, de quien soy sacerdote”.

      Cuán acertadas palabras, fruto de la paz anidaba en su corazón. El siervo de Dios estaba lleno del Espíritu Santo y tenía su fortaleza y valentía para dar testimonio de Cristo.

   ¡Tuvimos sacerdotes santos! No tenían miedo a nada ni a nadie. Y fueron capaces de sufrir lo indecible por Cristo y por la Iglesia.

   Se lo llevaron al Picadero de Paterna, convertido en Lugar martirial. Y mientras le conducían D. Eleuterio rezaba con estas parecidas palabras:

“Oh Señor, soy tuyo. Tú dispones de mi vida. Tuyo soy, ofrezco este sacrificio por la salvación de todos los hombres. Perdono de corazón a mis asesinos. Dame fuerzas para llegar hasta el final derramando mi sangre como Tú, Señor, en la Cruz de Jerusalén”.

Entregó su vida el día 28 de noviembre de 1936.

Tenía 49 años de edad.

ROGELIO CHILLIDA MAÑES  

   El siervo de Dios Rogelio nació en Albocácer, provincia de Castellón en el año 1884. Bautizado en la parroquia de sus padres.

   Rogelio pasó su infancia en Vinaroz, al ser nombrado su padre médico titular de este pueblo.

   Quiso ser sacerdote, sintió la llamada de Dios y a pesar de su tierna edad se lo planteó seriamente y decidió hacer sus primeros estudios de ciencias eclesiásticas en el seminario de Tortosa. Allí logró una beca para estudiar en Roma, en el Colegio Pontificio Español de san José. Cuál sería su alegría poder ir a Roma a estudiar. Eso era un lujo, un honor para un seminarista. Logró terminar sus estudios y sacar el doctorado en Teología, en Filosofía y en Derecho canónico. Lo cual demuestra la inteligencia de Rogelio, su fuerza de voluntad y el trabajo intelectual que llevó a cabo desde la Universidad Gregoriana de Roma.

   Y más todavía fue ordenado sacerdote en Roma el día 14 de julio del año 1907, lejos de su familia pero ello no menguó la acción de gracias que brotó de su corazón.

   ¡Ya soy sacerdote! A boca llena se lo agradecía en la oración a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Nunca agradeceremos al Señor el bien que nos ha hecho al aceptarnos como sacerdotes del Altísimo. “¡Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote!”

Su primer nombramiento lo ejerció en Alcora pero muy pronto llegó a Valencia la valía de este sacerdote y en 1917 ganó una canonjía en la catedral valentina; a la vez ejercitó el ministerio sacerdotal en la parroquia de san Agustín, san Esteban, el Salvador y fue profesor del seminario. D. Rogelio pudo con todo, además comenzó a publicar artículos propagandísticos y por ese camino ingresó en la redacción del periódico “La Voz de Valencia”, órgano de la Liga Católica, cuyo director era el canónigo y luego obispo de Oviedo, D. Juan Bautista Luís Pérez. Por sus méritos fue nombrado director del periódico, al ser ordenado obispo el director y dejar vacío el cargo. En 1919 ganó la canonjía de Magistral donde se reveló como orador notable. El magistral predica los domingos de Adviento y los de Cuaresma. Su predicación era muy buena, llagaba al corazón de los fieles e impresionaba al Cabildo catedralicio por su profundidad y acierto en la predicación de la Palabra de Dios. Era un excelente sacerdote y gran trabajador siempre por la Iglesia y para la Iglesia.

   Aquí, entre nosotros, quedó un imborrable recuerdo de sus conferencias y homilías cuaresmales, tanto que muy pronto su fama como predicador se extendió por toda España.

   En Valencia pudo llevar adelante sus clases en el seminario explicando diversas materias a los futuros sacerdotes. Siempre le tuvieron admiración por su sabiduría y su forma de transmitirla a los seminaristas.

   A pesar de tanto saber nunca se enorgulleció, todo lo contrario era un cura humilde; vivió de manera austera. Se podía hablar con él siempre y atendía con sencillez a cuantos buscaban en sus palabras consejo y líneas de actuación. Fue sabio y sencillo, trabajador y entregado a la Iglesia.

   Al estallar la guerra el 18 de julio de 1936, y con ella la persecución religiosa, más cruel de la historia de la Iglesia, tenía muy claro que pronto irían a por él. Era un sacerdote considerado “muy peligroso”, su saber y trabajo, como su ministerio, influía en el pueblo y sobre todo en los estudiantes. Eran los curas más buscados por los enemigos de la Iglesia en aquellos momentos y había que eliminarlos cuanto antes mejor.

   Le ofrecieron a él y a un amigo sacerdote, un destino en el extranjero a lo que contestó rotundamente: “Prefiero morir mártir en mi tierra que huir al extranjero”.

   El 27 de septiembre un grupo de milicianos se presentaron en la casa, D. Rogelio estaba rezando con el Crucifijo en la mano. El interrogatorio fue terrible y fuerte: “¿Tú, qué eres? Profesor. ¿Profesor de qué? De lenguas. Pero ¿Qué estudios tienes? Soy sacerdote. Ya sabíamos que aquí había curas y monjas. Por eso hemos venido”. Y era verdad había monjas, la hermana del siervo de Dios, superiora de un convento de Tarragona y una de sus monjas.

   Comenzaron los insultos, actos soeces delante de todos ellos, blasfemias y todo atropello. Comenzaron a registrar la casa pero no encontraron nada de lo que ellos creían.

   Allí estaba el coche para llevárselos a Silla. Pero antes de subir se santiguaron y comenzaron a prepararse para la muerte martirial: “Señor, acoge nuestras almas. Ten piedad y misericordia de nosotros, que somos pecadores. Atiende nuestras súplicas y acepta nuestro sacrificio, en honor a tu nombre”. Al llegar al lugar señalado, el siervo de Dios preguntó quién era el que le iba a matar. Pidió, como última voluntad saberlo. Y cuando uno de ellos se adelantó hacia él, estrechándole la mano, le dijo: “Te estrecho la mano para que sepas que te perdono. Pero antes de morir quiero deciros a todos vosotros que por cada gota de sangre que derramemos, dentro de diez años habrá un sacerdote en España” y en ese momento eran ametrallados con el odio y la maldad de sus corazones, pero no impidieron que D. Rogelio gritara con todas sus fuerzas: “¡Viva Cristo Rey!” Y en el suelo sangrando todavía con voz tenue y apagándose decía “Si, viva Cristo Rey, gracias, Señor, por el martirio. Muero perdonando”.

   El siervo de Dios dejó escritas varias obras de predicación e investigación; muchas conferencias dictadas en Valencia, en Madrid y en otros lugares de España, infinidad de sermones predicados.

   Ahí tenemos a un cura de cuerpo entero. Pasó haciendo el bien. Puso su inteligencia al servicio de la Teología y de la Palabra de Dios. Mostró como la fe y la ciencia no se contradicen, sino que se complementan. La sabiduría del siervo de Dios Rogelio pulverizó los templos de nuestra diócesis con maestría, predicando el Evangelio a tiempo y a destiempo, formando conciencias a través de sus clases, orientando a los futuros sacerdotes y sobre todo haciendo el bien como Jesús. D. Rogelio no se reservó nada para él, lo dio todo por Cristo, hasta la última gota de su sangre.

   Perdonó a su verdugo. Pero los verdugos y los asesinos de nuestros mártires nunca han pedido perdón por el mal que hicieron. ¡Dios les perdone!.

Tenía 52 años de edad

EDUARDO CLÉRIGUES BELTRÁN

Párroco de Picassent

   El siervo de Dios Eduardo nació en Benifaió el día 13 de octubre del año 1884. Muy pronto murió su padre, y su madre, no pudiendo atender a su educación no tuvo más alternativa que ingresarlo en la Casa de Beneficencia de Valencia. El niño, muy despierto, pronto demostró aptitudes para el estudio y además inclinación por las cosas de Dios, de donde mostró una clara opción al sacerdocio. Los directores de dicho instituto procuraron fomentar y ayudarle a crecer en la vocación. Por lo tanto en esta Casa cursó los primeros estudios.

   Dios llama, como al niño Samuel en el Antiguo Testamento; Samuel respondió a la llamada, Eduardo también. Fue valiente y ágil en la respuesta: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. A Eduardo no se lo impidió nadie a seguir la llamada del Señor y terminados los primeros estudios pasó decididamente al Seminario Mayor conciliar.

   Por sus méritos obtuvo una Beca en el real Colegio del Corpus Christi – el Patriarca – allí maduró en su vocación, a la sombra de la gran figura del santo Arzobispo de Valencia san Juan de Ribera. Permaneció en el Patriarca hasta terminar los estudios de filosofía y teología.

   Gracias a la formación que recibió bajo la dirección de sus formadores, el ambiente fraternal, la celebración litúrgica Eduardo se hizo fuerte, culto y buen aspirante al sacerdocio. Todo es necesario para ser un buen cura. Y Eduardo lo quería ser. Su vida de oración creció, era un seminarista de oración. Rezaba cada día pidiendo al Señor fidelidad y amor. “La oración es el agua que riega la fe”. El joven aspirante alcanzó una fe madura que iluminaba toda su vida.

   Fue ordenado sacerdote en 1908. Y destinado a Alfahuir un tiempo no muy largo, pasando a ser cura ecónomo de Montesa; a los dos años; pasó a Novelé, como párroco, cerca de Xàtiva y Canals. Luego fue nombrado, tres años después, cura de Cuatretonda; durante siete años trabajó muchísimo en la pastoral de los jóvenes, tan necesitados de buenos formadores. D. Eduardo lo fue para todos ellos, se dejó la piel ejerciendo el ministerio parroquial. Pero la cosa no acabó allí; pasó a ser párroco de Puzól y durante diez años continuó con su trabajo apostólico dedicado a todos sus feligreses. Tuvo gran capacidad de trabajo, no le dolía a la hora de entregarse al apostolado en el amplio campo de la parroquia. Luego pasó a Picassent, su última parroquia. Ahí también se distinguió en la pastoral de los jóvenes; tenía ya experiencia adquirida. Formó a muchos chicos y chicas en la doctrina católica y en el compromiso eclesial. Su ejemplo iba por delante; practicaba lo que creía, ese era el mejor testimonio y continua siendo el mejor testimonio del sacerdote hoy, en pleno siglo XXI. Hay que vivir lo que se predica, de lo contrario, el sermón sirve para muy poco, para nada.

   En Picassent se le recuerda con cariño y gratitud gracias a lo que las personas muy mayores han contado a sus hijos y nietos y aunque ya han muerto, la memoria de D. Eduardo persiste de generación en generación.

   Al llegar la persecución religiosa en 1936, le aconsejaron que se marchara del pueblo y marchara al extranjero, rechazando esa propuesta, dijo en un sermón:

“Si el Señor necesita una víctima por el pueblo de Picassent, yo ofrezco gustoso mi vida”.

   No tardó en cumplirse esa ofrenda.

   El alcalde de Picassent le preguntó a donde quería irse y él respondió que a Benifaió, su pueblo natal. Le acompañaron varios milicianos hasta la casa de su hermano Antonio, donde permaneció unos diez días hasta que el Comité de Benifaió le descubrió el día 14 de agosto.

El Comité de Benfaió se lo llevó, al despedirse de su familia les manifestó que estaba dispuesto a dar la vida derramando su sangre por Cristo. Y les dijo:

“Mi único crimen es ser sacerdote. He intentado hacer el bien en cada una de las parroquias donde he trabajado. Ahora, lo que Dios quiera. Aquí estoy para cumplir su santa voluntad”.

   Su hermano quiso acompañarle, pero no se lo permitieron. Lo encerraron en la cárcel del pueblo donde pasó la noche, luego se lo llevaron al colegio de las Hijas de Cristo Rey, convertido en “checa”, allí estaban otros sacerdotes encerrados.

   Al amanecer del día 16 lo sacaron en un coche y junto a otros sacerdotes lo martirizaron junto a la carretera de Madrid, en la partida de la “Coma”, lugar martirial, muy cerca de la Masía de Espioca, ya en término de Picassent.

   En esos momentos el siervo de Dios Eduardo con serenidad y entereza mirando a sus asesinos les dijo:

“Os perdono de corazón. Os digo que no acabareis con la fe católica. Nos mataís pensando que lo nuestro terminará con estas muertes. Estáis muy equivocados. Cristo reina, Cristo vence, Cristo impera. ¡Viva Cristo rey!”

   Los tiros acabaron con su vida. El odio humano no pudo con Eduardo quien dio testimonio de Cristo hasta la última gota de su preciosa sangre.

   Su cadáver fue a parar a una fosa común junto con otros sacerdotes.

   El 27 de abril de 1940 exhumaron sus restos para llevárselos a Benifaió, pero los vecinos de Picassent, apoyándose en una clausula de su testamento donde pedía ser enterrado en el pueblo donde estuviera de párroco, así, pues, lo llevaron al cementerio de Picassent; el Ayuntamiento le dedicó un niño especial.

   Estos martirios de sacerdotes son un aldabonazo a todos nosotros. Son siervos de Dios que un día serán canonizados por su martirio, son un ejemplo para todos los católicos de hoy en día y sobre todo para nosotros que somos sacerdotes.

   Vivieron entregados a su ministerio, trabajando por el Reino de Dios y además haciendo el bien a manos llenas. ¿Dónde está el crimen cometido? El crimen fue ser sacerdote. Era tanta la maldad y el odio que llevaban dentro que no podían resistirlo y les llevaba a martirizar a sacerdotes, religiosas y laicos católicos.

   Todos estos dieron la talla. Demos gracias a Dios.

  El siervo de Dios Eduardo tenía 52 años de edad