Pedro Esteban Hernández

Feliz venía realizando su trabajo al servicio de una comunidad que en aquel momento contaba con setenta miembros, cuando se desencadenó la locura de julio de 1936. Si alguno se merecía el martirio -asevera el padre Bienvenido Lahoz- era él; dedicó toda su juventud a Dios, fue muy laborioso, edificante para los seglares que se le acercaban, muy buen fraile; pudo salvarse de la muerte, pero no quiso dejar a fray Antonio Lahoz.
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