PDF Loading...

Ficha

Nombre Civil: Jacinto
Fecha Nacimiento: 03 de julio de 1909
Lugar Nacimiento: Guadilla de Villamar (Burgos)
Sexo: Varón
Fecha Asesinato: 30 de diciembre de 1936
Lugar Asesinato: Carretera de Gama a Santoña (Santander)
Orden Religiosa: Religioso Profeso de la Orden Franciscanos Menores Capuchinos (O.F,M.Cap.)
Nombre Religioso: Hermano Lego Fray Diego de Guadilla
Datos Biográficos Resumidos:
Los primeros estudios los hizo en la escuela preparatoria que en Segovia tenían los Padres del Corazón de María, quizá con la finalidad cie proseguirlos luego convenientemente, con ánimo de ser más tarde sacerdote y religioso. Cuando contaba veinte años de edad, el 11 de agosto de 1929 recibía el hábito capuchino en el convento-noviciado de Basurto (Bilbao). Poco después de su profesión religiosa fue destinado al convento de Montehano, donde permanecerá ya después hasta estallar la revolución del 36.
Tenía Fray Diego condiciones excepcionales para desempeñar con esmero cualquier oficina que la obediencia le encomendara. Últimamente estaba al frente de la portería, hospedería, sastrería y enfermería; para todo hallaba tiempo, sin negarse tampoco a realizar otros menesteres y llevar a cabo otras obras que nunca faltan en los conventos, como son el retejo, quitar alguna gotera o hacer alguna obra de albañilería, etc.

Pero !a oficina a la que vivía especialmente consagrado era la portería; en ella atendía con solícita caridad a los que venían y llamaban, pidiendo algún favor o tal vez una limosna, y asimismo había organizado de tal manera la comida de los pobres que diariamente iban a pedir, que nunca le faltaba alguna cosa que darles.

Biografía extendida

Datos Biográficos Extendidos:
Martirio y Asesinato:
Desempeñaba también el oficio de portero al estallar la revolución en la provincia de Santander. El fue el que sufrió el primer encuentro con los milicianos cuando d db. 20 de julio se presentó un cervecero comunista de Santoña y luego varios mineros a hacer un registro en el convento. Al entrar en la portería se encararon con él. Le insultaron y trataron muy irrespetuosamente y alguno de ellos hasta le amenazó con el fusil o escopeta que llevaba.
EN SU REFUGIO DE CICERO
Fray Diego llegó el mismo día 7 de agosto, en el que fueron expulsados los religiosos del convento, a casa de doña Mariana Naveda, en Cícero, juntamente con otro Hermano Lego, Fray Juan José de Villanueva. Llegaron con la intención de pasar allí solamente aquella noche y a la mañana siguiente tomar el tren para Santander y dirigirse a sus pueblos respectivos, que, quizá ellos lo ignorasen, estaban en poder de los nacionales. No advertían el riesgo que corrían, lanzándose camino de Burgos y de León, sin más documentación que un simple pase de los analfabetos del Frente Popular de Escalante, en el que se les autorizaba el viaje a su pueblo natal. Ignoraban con toda seguridad los mismos del Frente Popular que los pueblos de dichos religiosos estaban en poder de los » facciosos».
Algunas personas, viendo su decisión firme, y conocedoras del arriesgadísimo intento de los religiosos, parece hablaron al alcalde de Cícero para que en modo alguno les permitiese la salida del pueblo, por bien de los mismos interesados. Efectivamente; cuando a la mañana siguiente ‘se dirigían a la estación para tomar el tren de Santander, un emisario de la autoridad de Cícero les comunicó la «orden de que no podían salir del pueblo». Contrariados en sus propósitos, tuvieron que regresar al mismo pueblo y a la misma casa de doña Mariana, donde fueron cariñosamente acogidos, como lo habían sido el día anterior.
Allí quedaron instalados, al igual que otros dos Hermanos Donados que habían llegado a Escalante. Días más tarde fueron reclamados por el Frente Popular de dicho pueblo, a donde se les llevó sin duda, a prestar alguna declaración, siendo luego también conducidos en coche y vueltos a la misma casa.

Se les comunicó asimismo la orden por los componentes del Frente Popular de Cícero de tener que bajar todos los días a firmar en las oficinas, lo mismo que se había ordenado a los otros Religiosos que estaban refugiados en dicho pueblo y como lo hacía a su vez el P. Miguel. Por lo demás, allí en aquella casa, muy parecida a la de Betania que acogió en amable hospedaje la persona del Salvador, su vida se deslizó aparentemente normal, aunque en el fondo bastante intranquila. Hacían sus rezos ordinarios, como si estuviesen en el convento; recitaban el Oficio divino de los Hermanos Legos; leían también cotidianamente el Año Cristiano, etc., y asimismo, para evitar la ociosidad, trabajaban haciendo rosarios y algunas labores en el huerto de casa.
Los domingos, a las diez de la mañana, uniéndose en espíritu a la Misa que el Santo Padre celebraba en esa hora por España, se reunían todos los que allí se encontraban, y, por un devocionario de que disponían, rezaban las oraciones de la Misa, que Fray Diego dirigía. Sin embargo, los ruidos de los coches que pasaban junto a la verja de la casa, sin saber si se detendrían y si seguirían su rumbo carretera adelante, producían en su Espíritu resonancias de angustia y continuas inquietudes.
“LE PIDO LA GRACIA DEL MARTIRIO”
Allí, según dejamos dicho, adaptaron su vida casi en un todo a la del convento: no faltaban sus horas de oración mental, ni los rezos de obligación, ni el Santo Rosario, ni a la visita al Santísimo Sacramento. Fray Diego, según testimonio de la familia con quien estaba, hacía frecuentes novenas a Santa Teresita del Niño Jesús. Y en cierta ocasión en que le preguntaron, llevados de la curiosidad, que gracias pedía en las novenas que con tanta frecuencia hacía, contestó él llanamente: “Le pido la gracia del martirio” Doña Julia Ballesteros testifica también que le oyó decir en alguna ocasión que “estaba deseando morir”.
No le arredraba en modo alguno ni la muerte ni el martirio. Por eso, cuando en la casa se recibía alguna noticia desagradable o alarmante, Fray Diego, hablaba con valentía a los demás religiosos con él vivían, amándolos y exhortándolos a estar preparados para el martirio.
No sabemos las razones que tuvo para no trasladarse a Bilbao en los primeros días de Diciembre, como lo habían hecho los otros religiosos.

En cambio, pidió y obtuvo del Frente Popular de Cícero la autorización de pasar a Escalante! con el beneplácito de los frentepopulistas de este pueblo. Para ayudar al P. Miguel y acompañarle, y aun quizá por habérselo éste indicado, marchó también al barrio de «la Cagioja», creyendo que allí se encontraría más seguro, que en otra parte alguna. Además, conocía sobradamente a la señora del caserío ; todos los días tenía que ir dicha señora al convento de Momtehano a llevar la leche para la Comunidad, y Fr. Diego, que estaba de portero, le atendía siempre con tanta amabilidad que conserva de él muy gratos recuerdos. Tal vez influyera ella misma para que se trasladase a su casa, pues Fr. Diego se encontraba en Cícero bastante desmejorado. En cambio, una vez instalado en » la Cagioja» se le vio mejorar palpablemente.
EN “LA CAGIOJA”
No tenía en su nueva estancia ocupación de importancia ni obligación alguna, ‘fuera de sus rezos cotidianos” y hacer algún que otro recado. Para no estar ocioso ayudaba a los de casa en las faenas del campo, si bien más por distracción que por necesidad.
Aquí no olvidó a sus antiguos bienhechores de Cícero; les hizo algunas visitas de agradecido y para cambiar impresiones. La primera vez que les visitó llegaba muy contento, porque, según él decía, en Escalante estaban más tranquilos y gozaban de más libertad para salir y entrar. Mas al volver a los pocos días, ya no se mostraba ni tan optimista ni tan satisfecho: se comenzaba ya a respirar un ambiente de amenaza y de peligro. Algo imprudente también, escatimó poco sus salidas, e incluso se permitió la libertad ele llegarse hasta el convento, cosa que los milicianos llevaron muy a mal, y fue precisamente en la tarde del mismo día en que fue luego detenido. La señora del caserío le encontró por casualidad ya muy cerca de Montehano.
¿A dónde va usted? – le preguntó
Voy a visitar el convento – contesto Fr. Diego
Intentó ella disuadirle de tal propósito, aduciendo varias razones: que le podían ver los milicianos, que le podrían sorprender dentro y hacer cualquier cosa. Pero él, por toda respuesta, contestó: «Y a que estoy aquí, voy a entrar.»

Entró, efectivamente; estuvo. rezando dentro, sin duda en el coro; recorrió casi todo el convento para ver cómo estaba, y ya se disponía a salir, cuando topó con algunos milicianos de Escalante, precisamente los peores. Ellos, grandemente irritados, le trataron de mala manera, preguntándole por qué había entrado allí; luego le cachearon, aunque afortunadamente nada le encontraron, y al despedirle le dijeron: «Hay que hacer limpieza, y vamos a comenzar por vosotros.» A lo que Fr. Diego contestó con gran serenidad:
«No me importa, por eso no dejaré ele ser feliz.:’
Así lo refirió él mismo después a su regreso a «la Cagioja”.
No se olvide, como ya dejamos consignado, el pormenor de que en el momento de ser luego detenido, tienen ellos presente la visita ele Fr. Diego al convento en aquella misma tarde, pero obsérvese también· que en las palabras mencionadas se ponen bien del manifiesto sus perversas intenciones, su venganza premeditada, su odio antirreligioso.
Nada tenía, por otra parte, de extraño. En los días que precedieron a su muerte, se recrudeció notablemente la persecución religiosa en Siete VIllas. Las familias que tenían recogidos a nuestros religiosos, se apercibieron del riesgo que corrían, y con anuencia del Frente Popular, les aconsejaron o que se escondiesen o que hiciesen las convenientes gestiones para pasar a Bilbao. Al obrar así, se hacían eco de las amenazas que a todos llegaban.
MUERTO POR SER RELIGIOSO
Por eso no hemos de ver en la muerte del P. Miguel y de Fr. Diego un hecho aislado, perpetrado sin finalidad ni motivo alguno .determinado, sino, al contrario, llevado a cabo con premeditación, por odio únicamente a los religiosos. Prueba de ello es que la misma noche de haber asesinado a los dos mencionados religiosos, o poco después, los mismos asesinos u otro cómplices suyos fueron a buscar al Hno. Bonifacio, el recadista del convento de Montehano, refugiado asimismo en una casa de Cícero; se lo llevaron en un coche y, después de darle tres tiros que por fortuna no fueron mortales, le dejaron tendido en la carretera de Gama a Cícero.

Y por si lo dicho fuera poco, en la misma noche fueron a otra casa de Ambrosero, donde había dos jóvenes Postulantes, para cometer con ellos la misma criminal felonía; no lo lograron porque, percatados de sus intenciones, huyeron a campo traviesa y se escondieron.
Todo ello nos prueba que, al portarse .de esta manera, lo hacían únicamente por odio a la Religión, y que ese fue el motivo del asesinato de los dos religiosos de Montehano. No querernos repetir las circunstancias de la detención de Fr. Diego, por ser idénticas a las del P. Miguel, que arriba dejarnos narradas. Al ser detenido éste y arrastra lo hacia el coche, Fr. Diego, que a su lado se encontraba, intentó escapar escalera arriba; pero el otro miliciano, nombre Noriega, se lanzó sobre él y, asiéndole por la camisa, le dice amenazándole con la pistola: «O vienes, o te pego un tiro», y luego le arrastró también al coche, donde ya estaba el P. Miguel.
Juntos habían pasado aquellos quince días últimos y juntos son conducidos ahora camino del martirio, en aquella noche fría del 29 de diciembre, y en el kilómetro 7 de la carretera de Gama a Santoña fueron segadas sus vidas por unos vulgares asesinos. Cuando al siguiente día fueron encontrados los cadáveres, según arriba hemos dicho, el de Fr. Diego se encontraba casi en la misma cuneta de la carretera; estaba cabeza abajo, retorcido, en actitud violenta, con varias heridas de disparo.
Extrañará, sin duda, la posición del cadáver, encogido y en forma violenta; casi con toda seguridad podríamos afirmar que debieron herirle en el vientre o en otro sitio muy doloroso, y, sin darle el tiro de gracia, le dejaron desangrarse y morir en medio de horribles torturas y dolores, que explican fácilmente su encogimiento y su posición. Al intervenir luego el Juzgado, le hallaron, entre otros varios objetos, la cédula personal, un Crucifijo pendiente del pecho y varias medallas; todo ello no dejaba lugar a duda de que se trataba del cadáver de Fr. Diego, que luego fue sepultado en el cementerio del Dueso. Así murió , vilmente asesinado, no por otro motivo, volvemos a repetir, que de ser religioso; si algo pudo influir en el ánimo de los criminales el haberle encontrado aquel día en el convento, fue, a lo sumo, un motivo para adelantar la hora del sacrificio.

Por lo demás, y por si acaso no fuera suficiente lo dicho, tenernos el testimonio de ellos mismos. Cuando el Juzgado de Santoña, acompañado de varios milicianos, se presentó en el sitio donde estaban los cadáveres para hacer su reconocimiento y levantar la oportuna testificación y acta, al enterarse los milicianos de que se trataba de dos religiosos, uno de ellos no pudo contener su odio y exclamó : «Hay que acabar con todos éstos.» Por eso les mataron : porque había que acabar con todos ellos.
TRASLADO DE LOS RESTOS DEL P. MIGUEL DE GRAJAL, Y DE FR. DIEGO DE GUADILLA, A LA IGLESIA DEL CONVENTO DE MONTEHANO
Fué voluntad expresa de nuestros Superiores el que los restos de los religiosos que habían sido asesinados durante la pasada revolución, no quedasen en modo alguno en lugar extraño sin que se hiciesen las diligencias necesarias para averiguar el lugar donde se hallaban y luego llevar a cabo las convenientes gestiones para su traslado, bien a nuestros cementerios y, mejor aún, si era factible, a nuestras iglesias respectivas. Tal sucedió también por lo que respecta a los restos de los dos religiosos del convento de Montehano, asesinados en la noche del 29 al 30 de diciembre de 1936: P. Miguel de Graja! y Fr. Diego de Guadilla. Aunque con algún trabajo, por fin se logró conseguir las convenientes autorizaciones para todo, lo mismo de la autoridad eclesiástica que de la civil, y no sólo para el traslado, sino también para que pudiera hacerse a la misma iglesia de Montehano. Faltaba solamente localizar los cadáveres. Según datos recogidos de boca del enterrador, que por entonces era del cementerio del Dueso, y asimismo del Secretario del Juzgado de Instrucción de Santoña y más tarde del mism0 capellán del cementerio, los cadáveres ocupaban las sepulturas 4.875 y 4.876. Con estos datos, y tomadas las medidas sanitarias del caso, se señaló el día 4 de mayo de 1938 como fecha del traslado, mas antes se procedió el día 2 a la exhumación e identificación, según los datos recogidos. Así se hizo; a las cuatro y media de la tarde de dicho día 2 procedieron los sepultureros, ante los PP. Severiano de Santibáñez, Guardián de Montehano, y Constancia de Aldeaseca, y el médico del convento, D. Emilio Ortiz, a abrir las sepulturas mencionadas. A una profundidad de poco más de medio metro, aparecieron los cadáveres, enteros todavía, colocados boca abajo y vestidos, sin duda tal y como fueron encontrados fueron levantados por el Juzgado.

Al P. Miguel se le identificó fácilmente; a pesar del estado de descomposición en que se encontraba, se le conoció a simple vista, pues conservaba tan marcadas sus facciones características, que todos coincidieron en que aquel era su cadáver.
Fr. Diego, en cambio, aunque en el mismo estado de descomposición, tenía su cabeza envuelta en un saco, y no fue reconocido tan fácilmente por sus facciones; pero se le identificó por la vestimenta detallada en la ficha hecha por el Juzgado. Todo ello no dejaba lugar a duela, y para mayor abundamiento, la camiseta llevaba sus propias iniciales.
Así identificados, se les trasladó al depósito de cadáveres. Al día siguiente, martes 3, se procedió a embalsamarles y encerrar los restos en una caja de cinc, soldada luego, que iba dentro de otra de madera. Todo quedó perfectamente arreglado para el miércoles, día 4, fecha señalada para el traslado de los restos a la iglesia de Montehano.
He aquí cómo lo relata el P. Constancia de Aldeaseca, en el periódico «Alerta», en su número del 6 de mayo de 1938: «El traslado ha revestido un doble carácter: de solemnidad religiosa y de homenaje patriótico. En carroza fúnebre, gentilmente cedida por las autoridades ele Santoña, fueron conducidos desde el cementerio a esta villa. A la entrada de Santoña los recibieron el Clero parroquial, el alcalde, representación del Ayuntamiento, directores de los Bancos locales, las Organizaciones Juveniles formadas y numeroso público, que los acompañaron luego hasta el segundo puente de la carretera de Santoña a Cíicero. Aquí esperaba con cruz alzada la Comunidad de Montehano y varios religiosos en representación de los conventos de Bilbao y Santander.
Se formó luego un cortejo brillantísimo, en el que tornaron parte los párrocos de Santoña, Escalante, Cícero, Gama, Argoños, Colindres, Castillo, Treto, Noja y Ambrosero, las autoridades civiles, jerarquías locales y nutridas representaciones de música de la Falange de estos pueblos, otros muchos sacerdotes y una muchedumbre numerosísima, llegados de los pueblos próximos y hasta de Bilbao. Al compás de tambores y cornetas que sonaban a homenaje, entre murmullo de encendidas plegarias, los restos venerados fueron conducidos a la iglesia de Montehano. A continuación se celebró un solemnísimo funeral, al que asistieron, además ele las personas que formaban en el cortejo, varios concejales ele Santoña, el Subdelegado de Sanidad y otras representaciones. Jóvenes falangistas recientemente llegados del frente y Ja Sección Flechas de Cícero escoltaron la carroza e hicieron la guardia del túmulo duran te la ceremonia religiosa.

Terminada la Misa, el P. Laureano de Las Muñecas, Capuchino, del Servicio Religioso de Falange, muy emocionado, pronunció un jugoso discurso, enalteciendo las virtudes de los dos religiosos caídos y excitando a su imitación, como medio el más eficaz de forjar la España Imperio d y d labrarse una corona de la gloria imperecedera.
El traslado, más que fúnebre, ha sido glorioso. El flamear de numerosas banderas de esta España nueva; el desfilar, brioso y marcial, de los pequeños hombres de la Patria; los alegres sones de tambores y cornetas, que decididamente tocaban a fiesta, han puesto en la ceremonia religiosa una nota de apoteosis.
El auténtico pueblo español de Santoña, Siete Villas y demás pueblos limítrofes se dio cita en Montehano para testimoniar a los capuchinos sentimientos de desagravio y afecto, acompañando los restos martirizados de dos de sus hermanos.