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Ficha

Nombre Civil: Mariano
Fecha de Nacimiento: 09/08/1902
Lugar de Nacimiento: Torres del Obispo (Huesca)
Sexo: Varón
Fecha de Martirio: 28/08/1936
Lugar del Martirio: Carretera de Barbastro a Berbegal (Huesca)
Orden: Orden de San Benito – Benedictino
Datos Biográficos Resumidos:
De toda su vida supo Mariano Palau, futuro padre Anselmo, que quería ser religioso benedictino. Fue uno de los diez hijos de Francisco Palau y Ramona Sin, esposos muy piadosos del pueblo de Torres del Obispo. También de este pueblo fue el mártir Honorato Suárez, de la misma edad de Mariano, con quien partieron juntos, contando 11 años, a poner en obra el llamado de Dios, en el cercano Monasterio de El Pueyo. Hechos los estudios de humanidades, el Noviciado y la Filosofía y Teología los hizo en Monserrat, donde se enamoró, además, de la música sacra, para la que tenía grandes talentos. En 1925 recibió la ordenación sacerdotal, y retornó a su casa, el Monasterio de El Pueyo, donde prestó servicios de valía y se preparó con su propia entrega a la llamada final a que la Providencia le tenía destinado.
De porte apuesto y abundantes dotes humanas, que le hacían un imán dentro de la comunidad, se destacó Anselmo por su amor y dedicación a los trabajos, sobre todo manuales, que amaba realizar, desde acarrear piedra para las construcciones, como por ejemplo, la actual escalera que sube al Santuario, hasta afeitar a un monje enfermo de tuberculosis y encargarse de todo su aseo.

Biografía extendida

Datos Biográficos Extendidos:
Martirio:
El P. Prior le confió diversos encargos delicados, como bajar a Barbastro, con el P. Ramiro, vestidos ambos de seglar, para ver lo que pasaba. Esto sucedía el día 20 de julio, en plena ebullición de la ciudad. También, el día 22, estando los monjes ya detenidos en el Mesonet, hubo de subir, por encargo del P. Mauro, al Monasterio, acompañado de algunos milicianos, con la misión de indicarles dónde se hallaban algunos cartuchos de dinamita, que los monjes utilizaban para barrenar en los pozos que cavaban.
Ese mismo ánimo, sereno y valiente lo mantuvo durante la prisión, y sobre todo en el momento del martirio. Cuenta un testigo presencial de los hechos, que uno de los monjes después del fusilamiento, y trasladado al cementerio, como cadáver, desnudo ya,  y a punto de ser echado en la fosa, trato de incorporarse y de arrodillarse, siendo al punto rematado por un tiro de pistola. El retrato detallado, que da el testigo, sobre el protagonista de tan escalofriante escena, corresponde, sin lugar a dudas, a nuestro P. Anselmo.
Esto ocurría el 28 de agosto, alrededor de las 8 de la mañana. El fusilamiento había tenido lugar a unos tres kilómetros, con cargas y descargas del camión.
Afirma el padre Santiago Cantera Montenegro, OSB en su artículo «La fecundidad de la vida monástica: monjes y ermitaños mártires en España (1936-1937)» que uno de los episodios martiriales más hermosos e impresionantes entre los monjes españoles es, sin duda alguna, el padecido por la Comunidad benedictina de Nuestra Señora del Pueyo, del monasterio entonces asentado sobre ese montículo y santuario mariano a las afueras de Barbastro (Huesca), la diócesis que, en proporción, sufrió la más feroz persecución religiosa (88% del clero asesinado).

Los benedictinos habían llegado a él en 1889 y enfocaron la fundación en gran medida para la formación de los monjes que habrían de ir a la misión que tenían en Australia y que había sido comenzada por la gesta evangelizadora del benedictino gallego Dom Rosendo Salvado.

Para conocer lo sucedido en 1936, es fundamental el testimonio aportado por el P. Plácido Mª Gil, monje hoy de Leyre y entonces uno de los niños colegiales en el monasterio, que salvó su vida; también otros religiosos jóvenes ya profesos y los otros cinco colegiales que había se salvaron, así como dos hermanos legos, uno de ellos de nacionalidad francesa, que ha sido testigo de la vida carcelaria de los 18 mártires (17 del Pueyo y uno de Montserrat).

Previamente a producirse el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, los monjes del Pueyo sabían bien que el martirio podía llegarles, dado el ambiente de anticlericalismo violento que se masticaba en las izquierdas revolucionarias. Así, cuando el P. Honorato Suárez se despidió por última vez de sus padres y la madre le sugirió que marchara al extranjero, pues él estaba convencido de que les matarían, contestó: «-No, Mamá; ¿le parece poco bonito morir por Dios y subir al Cielo?“
Y el P. Mariano Sierra, al despedirse de una vecina de Barbastro el 15 de julio, le dijo: «Si no nos vemos más, ¡hasta el Cielo!».
La noticia del Alzamiento llegó al monasterio el día 20 por la mañana y se comunicó a la Comunidad casi de inmediato, al acabar la Santa Misa conventual. El joven prior, Dom Mauro Palazuelos Maruri (en la foto), de 33 años, convino con sus monjes en dar permiso para que abandonaran El Pueyo quienes lo deseasen y que buscasen refugio donde mejor les pareciera, pero sólo unos pocos optaron en firme por esto, algunos de los cuales, sin embargo, darían finalmente su sangre por Cristo. Los demás permanecieron y prosiguieron la vida comunitaria.

El día 21 fue detenido el primer monje y el resto resultó apresado el 22 por la tarde; acusaban a los religiosos de esconder armas, algo que era del todo falso, pero que era creído por los milicianos rojos, quienes por eso no se atrevían de primeras a asaltar el monasterio.
El grupo fue conducido primero a una propiedad de la Comunidad, «El Mesonet», y al día siguiente al Colegio de las Escuelas Pías de Barbastro, donde estaban recluidos también la mayoría de los 51 claretianos y la propia comunidad de 13 escolapios, a todos los cuales se uniría el obispo de la diócesis, don Florentino Asensio Barroso, el día 23: todos ellos serían cruelmente martirizados. Los 6 colegiales benedictinos, de entre 12 y 15 años de edad, fueron primero encerrados también con ellos, pero el día 23 de agosto el Comité revolucionario de Barbastro, movido por fin por algo de humanidad, les separó y finalmente se pudieron salvar, si bien alguno de los jefes rojos intentó que corrieran la misma suerte que los mayores porque, decía, «ellos mismos se lo han buscado al no quererse separar de la Comunidad». La penosa vida carcelaria llevó a las tres comunidades con el obispo a verse unidas y hermanadas, y, en la medida en que pudieron, los monjes celebraron la Santa Misa a escondidas y cuidaron sus prácticas piadosas y la confesión sacramental.
El 26 de julio comenzaron en Barbastro las ejecuciones de ciertas personas por su condición de católicos, concretamente unos jóvenes seglares de Acción Católica y el hermano benedictino Vicente Burrel. El 9 de agosto fue asesinado el Obispo con otros más, posiblemente entre ellos el benedictino P. Mariano Sierra (o bien éste ya el día 2); a partir de esa fecha, comenzaron las «sacas» y los consiguientes asesinatos.
La mayoría de los monjes del Pueyo sufrió el martirio en la madrugada del 28 de agosto; la señal de que la hora era inmediata fue la separación de los colegiales respecto de la Comunidad por el Comité revolucionario, un hecho a la vez doloroso y grato, pues la relación de afecto era muy estrecha, pero se sabía que seguramente los niños salvarían sus vidas al haberse tomado esta decisión.

En el Colegio de los escolapios no quedaban ya más que 12 religiosos de éste (a uno se le había liberado) y los 15 monjes (pues los otros 3 asesinados lo fueron en fechas anteriores por no hallarse entre los encarcelados).
La brutalidad era evidente y los verdugos no dudaron en decir a los niños recién separados: «Pronto mataremos a los de arriba». No obstante, a pesar de la separación, el P. Lladós hizo alguna visita furtiva a los colegiales, quienes, aunque aparte, aún seguían presos.
La vida religiosa comunitaria preparó magníficamente a los escolapios y a los benedictinos para la muerte en las horas finales. Los escolapios incluso celebraron el 27 de agosto la fiesta de su fundador, San José de Calasanz, precisamente aragonés. A las doce de la noche, sin previa forma de juicio alguno, los milicianos irrumpieron en la estancia de los monjes y los sujetaron con una larga soga; el prior, Dom Mauro, dio la absolución a todos y los sacerdotes se la dieron entre sí. Fueron subidos a un camión, en el cual enseguida comenzaron a gritar: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen del Pilar! ¡Viva la Virgen del Pueyo!“
Las blasfemias de los milicianos nada pudieron contra los vivas y las alabanzas de los monjes, como han testificado muchos vecinos de Barbastro, ni tampoco los terribles culatazos de fusil que comenzaron a propinarles y que llegaron a romper los dientes de algunos y a herirles duramente en la cabeza.
Los monjes, al poco de bajar del camión en las cercanías de la ciudad, llevados como mansos corderos, perdonaron a sus verdugos, quienes les maltrataron y les dispararon. Preciosa es la muerte del prior, Dom Mauro, que con gran serenidad no dejó este mundo sin despedirse «mirando a mi Madre», la Virgen del Pueyo, y entonándole la Salve Regina. Asimismo, un testimonio bien elocuente y bonito son las cartas que escribió el Hermano Aurelio Ángel Boix Cosials, recién profeso solemne a sus 21 años, y sobre todo la dirigida a sus padres y a su hermano; en todas ellas expresaba su gran felicidad por poder morir mártir de Cristo.

¿En qué lugar reposan sus restos mortales?
En el Altar principal del Santuario Nuestra Señora del Pueyo (Barbastro – Huesca)

Fecha de Beatificación: 13 de octubre de 2013, en Tarragona
Fecha de Canonización: Aún no está canonizado
Fiesta Canónica: 28 de agosto
6 de noviembre, Festividad de los Beatos Mártires del siglo XX de la Persecución Religiosa.

Fuentes:
www.monasteriodelpueyo.org/p-Anselmo-palau-sin
www.catholic.net / Fuente: Jorge López Teulón Religión en Libertad